La recién clausurada decimoquinta edición del Festival anual de teatro de La Habana, que ofreció un amplio diapasón de títulos y géneros en unas 220 funciones. Con una concurrencia en cálculos aproximados de 55 mil espectadores en solo dos semanas, contó con la participación de 40 agrupaciones teatrales y de danza provenientes de unos 20 países, sin incluir los numerosos proyectos escénicos del país anfitrión.
Con tres únicas representaciones, el espectáculo “Anna Karénina’’, en una versión “inclasificable’’ de la obra clásica de Lev Tolstoi, brilló en el Festival. En una puesta en escena de la coreógrafa lituana Angélica Pólina, en una concepción que ella misma define como “teatro de acciones físicas, no es un ballet, ni siquiera lo que se ha dado en llamar danza-teatro: son visible los códigos teatrales, solo que no se expresan verbalmente’’.
El flamante elenco del Teatro Estatal Académico Vájtangov –bajo las dirección general de Kiril Krok–, logra transmitir mediante el gesto y el cuerpo los conflictos que constituyen lo esencialmente dramático de cada uno de sus personajes. Con gran versatilidad en los desdoblamientos, desarrollan la trama con fidelidad y respeto al autor, prescindiendo de las palabras. No obstante, el discurso de esta producción (estrenada en Moscu en 2012), despliega una intensidad emotiva notable, al mismo tiempo que entrega una original aproximación.
La convocatoria para este festival habanero de teatro rinde homenaje a Konstantin Stanislavski, el actor, director y pedagogo ruso que desarrolló un método de actuación extensamente defendido en el mundo, de quien se celebra el 150 aniversario de su nacimiento. Evgueni Vájtangov fue uno de sus discípulos, sin dejar de aprehender las experiencias de Meyerhold y Némirovich-Dánchenko, dos revolucionarios de la escena rusa de las primeras décadas del siglo XX.
En el espectáculo mostrado en Cuba, aflora una de sus lecciones: “Que el teatro es teatro; el cómo y no el qué; más composición; máxima inventiva e imaginación’’. Según Krok, el fundador de este grupo teatral fue “un hombre de la vanguardia en su tiempo’’.
Las excelencias logradas por la directora y coreógrafa Pólina están aquí compartidas, no solo con las notables actuaciones de los protagonistas, tales las de Olga Lerman, una hermosa y conmovedora Anna –la única del reparto con formación previa en el ballet–, el Karenin de Evgueni Kniazev, una celebridad en la escena moscovita, y el Vronsky, por el elegante y apuesto Dmitri Solomikin, sino también por el equipo técnico de diseñadores. La puesta tiene mínimos elementos escenográficos, y un vestuario rico y austero, con efectos coherentes para lograr eficaces imágenes plásticas y adecuadas atmósferas, así como una banda sonora “protagonista más’’, por la pertinencia en la selección de las piezas musicales y de sus compositores, particularmente Alfred Schnittke y Piotr I. Tchaikovski, en el aria de la Carta de Tatiana, de su ópera “Eugenio Oneguin’’, cantada espléndidamente en vivo por la soprano María Pajar.
Después de cerrado el telón de la Sala Avellaneda del Teatro Nacional de Cuba, a reventar cada una de las tres noches, y del resonar de las largas ovaciones, cabe compartir las palabras que públicamente apuntó el laureado Kniazev: ’’Cuando observo desde un lateral del escenario a mis compañeros, siento que estoy asistiendo a la mayor definición de un drama’’.