Una princesa condenada por un maleficio del hada mala, un príncipe que debe rescatar a la princesa que quedó dormida durante cien años, y una historia de amor donde los protagonistas, se supone, son felices para siempre y le ganan la partida al mal.
Casi todo y casi nada de eso ocurre en la nueva versión de 2012 de “La bella durmiente” creada por el coreógrafo inglés Matthew Bourne y que se presentó desde el 12 al 17 de noviembre en el Kennedy Center de Washington DC. Su rebeldía, quizás, o su desbordante creatividad pone a esta historia popular europea, nacida de la tradición oral, en un ámbito donde las hadas buenas y las hadas malas son vampiros encarnados, algunos, por personajes masculinos, ajenos a la delicadeza de las hadas tradicionales.
Bourne, rompe con los estereotipos, se lanza a recrear su propia historia, sin alejarse demasiado de la estructura que en el siglo XIX, gestaron los dos genios de la danza, Marius Petipá y Piotr. I. Tchaikowsky, cuya partitura permanece intacta en esta versión.
De la primera versión de Charles Perrault, de su libro “Cuentos de Mamá Ganso” publicado en 1697, y de la segunda, de los Hermanos Grimm, “Dornröschen” (La espina de la rosa), el coreógrafo rescata algunos personajes como el Hada Lila, convertido en el Conde Lilac, rey de las hadas, Carabose, la princesa Aurora, los reyes, y convierte al jardinero en el enamorado que llegará a salvarla del maleficio de Carabose y su hijo, Caradoc.
Con las manos maestras de un grupo de titiriteros que comandan los gestos y travesuras de la princesa niña, Bourne muestra una personalidad que puede ajustarse quizás, más a la realidad que a la fantasía. Una niña traviesa y caprichosa que enloquece a su niñera.
La compañía dirigida por Bourne, New Adventures, presenta una historia gótica que comienza en 1890, año en el que se estrenó por primera vez este ballet en Rusia. Continúa con Aurora (Hanna Vasallo) a los 21, enamorada del jardinero del palacio, Leo (Chris Trenfield), que por un mordisco del conde Lilac se convierte en vampiro en el segundo acto. Y luego, la trama llega hasta la actualidad.
Si bien la producción se apoya en códigos contemporáneos, en los que las hadas danzan con enorme energía, son los pas de deux de Aurora y Leo los que definen con mayor fuerza y pureza la coreografía, que mezcla estilos y refuerza los elementos de la danza-teatro.
Trenfield, enérgico, preciso, con buenos saltos y solidez como partenaire, es un intérprete conmovedor que apela a la teatralidad para reforzar las situaciones de su personaje y lo realza con convicción.
Tanto en su “Cascanueces”, que comienza en un orfanato, como en su “Lago de los cisnes”, en el que los protagonistas son cisnes hombres, el primer acto de ambas es el más fuerte y contundente, mientras el resto, se desvanece en el relato. Sin embargo, en “La bella…”, Bourne hace crecer su obra en intensidad narrativa y genera una inusual expectativa por la resolución final.
En “La bella…”, el periplo de los protagonistas es consistente. Aurora es raptada por el hijo de Carabose, Adam Maskell, correcto en su rol de vampiro malvado, aunque con poca danza para su rol. Un personaje que ofrece resistencia y crea trampas al protagonista (jardinero, príncipe o vampiro salvador), y mantiene obnubilada a Aurora hasta el final.
Esta puesta ha ganado en secuencia narrativa, mientras que la puesta en escena mantiene un especial atractivo con cambios de escenas, juegos de luces y sombras, un vestuario deslumbrante y mucho ingenio. Y el toque de humor, tierno y convencional, llega al final cuando Aurora y Leo se encuentran, ambos convertidos en vampiros buenos, se casan y tienen una vampirita. Allí resurge ese magnífico títere que los magos titiriteros hacen mover hasta cautivar al público con su magia.