Para finalizar su corta temporada en el teatro Koch del Lincoln Center, el San Francisco Ballet (SFB) ofreció un estreno reciente, que tuvo lugar en Amsterdam en diciembre de 2012: “La Cenicienta”, sobre la música original de Prokofieff, y coreografía de un reputado y joven coreógrafo, Christopher Wheeldon, quien fuera miembro del New York City Ballet (NYCB) por varios años.
No mucho ha sido cambiado este conocido cuento infantil, según el libreto de Craig Lucas. EL ballet da comienzo con Cenicienta en el cementerio, delante de la lápida de la tumba de su madre, que tiene detrás un inmenso árbol que juega un gran papel en la obra, ya que crece y según las necesidades de la escena, surgen bellas lámparas de canelones entre sus ramas.
El diseño y proyección de la obra se debe a Daniel Brodie. Los cambios de los decorados que suceden con frecuencia, incluyen a veces interesantes secuencias dirigidas por Basil Twist. A todos estos créditos, hay que añadir el esplendoroso vestuario y sorprendente escenografía que lleva la firma de Julian Crouch.
La Cenicienta, Maria Kochetkova, por el nuevo matrimonio de su padre, tiene ahora madrasta, Hortensia, Marie-Claire D´Lyse, y dos hermanastras, Edwina, a cargo de Sarah Van Patten, dominante y a veces malévola, y Clementine, interpretada por Frances Chung, la más dulce de ellas, tiene sus propios intereses amorosos. La madrastra muestra su defecto principal en el gran salón del castillo real: Le gusta beber, y en esa importante ocasión, a la que asiste con sus hijas, después de tomar en demasía, se vomita sobre el bello salón del castillo.
El rol del Príncipe Guillaume (Guillermo) fue desarrollado brillantemente por Joan Boada, especialmente en sus innumerables “pirouettes” y repetidas vueltas “a la seconde”. No menos haría Taras Domitro como su constante amigo, quien pone sus ojos en la hermanastra Clementine. No obstante, la Cenicienta y heroína de la historia, Kochetkova, poseedora de suavidad, sutileza y exquisita fluidez, no le dio al rol la emoción necesaria, especialmente en el “pas de deux” con Boada, a quien no le faltaba mostrar ardor al bailar con ella. Por su parte Taras Domitro, como Benjamin, amigo de travesuras del príncipe, tuvo variadas oportunidades para destacar su magnífico potencial como bailarín principal de la compañía.
No hay hada madrina en esta obra. Wheeldon, en cambio, ha creado un cuarteto llamado “Destinos”, quienes parecen dirigir la ida de la Cenicienta al gran baile, donde pierde uno de sus brillantes zapatos, que le sirve al príncipe para buscar a su misteriosa dueña, de la que ha quedado prendado. La carroza que la transportaría a la fiesta, surge como por encanto, cuando aparecen enormes ruedas que giran alrededor del enorme árbol que aparece desde el principio del ballet en la escena.
Otra idea magnífica del coreógrafo fue la creación de una línea larga de sillas, donde todas las damiselas que concurrieron a la recepción, toman asiento para probarse la zapatilla perdida por la cenicienta en el gran evento bailable. Cuando las sillas quedan vacías, son subidas por hilos invisibles, que las elevan hasta formar un semicírculo en lo alto de la escena, creando un agradable ambiente.
El coreógrafo utiliza un gran Corps de Ballet en esta obra, vestido con bellísimos trajes de colores esplendorosos, que danzan a los acordes algunas veces disonantes de la partitura de Prokofieff. No obstante, la obra es un nuevo triunfo para Wheeldon, y para el Ballet de San Francisco, que bajo la dirección artística de Helgi Tomasson, a la cabeza de la compañía desde hace veintinueve años, ha logrado un conjunto que puede contarse entre los mejores de los Estados Unidos.