Haciendo uso de la historia que Lord Byron inventó hace ya casi dos siglos, sobre piratas, mercaderes de esclavas, Pashás tontos y un jardín de innumerables flores que toman vida y danzan, el American Ballet Theatre (ABT) acaba de presentar en el Met, en su cuarta semana de actuaciones, esta pieza en la que, sin embargo, todo es perdonable si la categoría de los intérpretes, muchos y de variados estilos, es de primerísima calidad.
ABT ha anunciado como nueva (en materia de decorados y vestuario) la actual producción del trabajo en cuestión, titulado “El Corsario”. Anne-Marie Holmes, responsable por el montaje, no solamente ajustó la historia a sus caprichos, sino que adaptó la coreografía original de Joseph Mazilier, Marius Petipa y Konstantin Sergeyev.
A los nombres de los otros que claman responsabilidad por estos arreglos, hay que añadir la igualmente larga lista de compositores, de los cuales se han tomado piezas musicales –arregladas por Kevin Galie– que proveen el acompañamiento: Adolphe Adam, Cesare Pugni, Leo Delibes, Riccardo Drigo y Prínce Oldenbourg. Las melodías de Delibes resultan las más reconocibles, no hay duda.
El nuevo diseñador del vestuario es ahora Aníbal Lapiz, y los decorados se deben esta vez a Christian Prego. Los telones, sin embargo, no aportan nada relevante, incluida la utilería. Por el contrario: el barco que aparece al principio y final de la obra, no es tan efectivo como el que apareció en años anteriores, que podía destacar más claramente qué acontecía. La luminotécnia anterior resultaba también mejor a los ojos, en el propósito de dar claridad a las escenas que dependían de ella para su lucimiento, especialmente en el Divertissements del final, o “Jardin Animée”.
Respecto al vestuario femenino –que en su mayoría luce resplandores llamativos, provistos por infinidad de lentejuelas y telas brillosas–, me refiero en especial a los variados tutús, cuyos atrevidos arreglos muestran ahora algo más de las bailarinas que su técnica.
La danza es magnífica. La compañía tiene un grupo de bailarines principales relevantes, que usa con gran pericia cada semana. Algo más ya está en el tapete de los comentarios: si antes la compañía hablaba “en español” (según una vez apuntaría un apreciado crítico, ya fallecido), ahora el ABT habla “en ruso”.
Repitiendo nuevamente la historia, el corsario Conrado, Herman Cornejo, se enamora de la dulce Medora, Xiomara Reyes, cautiva de Lamdekem, Daniil Simkin, traficante de esclavas, quien la vende por unas cuantas piezas de oro. Birbanto, Aaron Scott, amigo de Conrado, lo traiciona por no estar de acuerdo con que éste de libertad a todas las odaliscas cautivas. Todo esto ofrece grandes oportunidades de danza, entre ellas, el conocido Pas de Deux que aquí aparece en su forma original, un Pas de Trois llevado a cabo por Medora, Conrado y Ali, su fiel esclavo, rol que esa noche estuvo a cargo del bailarín ruso, Ivan Vasiliev, a quien antecede gran fama.
No se puede echar al olvido el “jardín animado” del final de la obra, según lo sueña el Pashá (Julio Bragado Young), donde las flores abundan, llevadas por las bailarinas como si fueran enormes arcos. Se echa de menos aquí, sin embargo, la fuente que aparecía en la decoración anterior, e igualmente la iluminación, de la que es en el presente responsable, Brad Fields. Según aparece en esta nueva escenificación, no ofrece el color que necesita.
Sobre la interpretación, hay que señalar una vez más la extraordinaria ejecución de algunos de los intérpretes, sin menoscabar la de los que no menciono en especial. Cornejo ha llegado al límite de la grandeza en ejecutoria y hay que repetir de él, una y mil veces, la limpidez en la terminación de cada paso, igual que en los golpeos de las piernas (o cabriolas), sin olvidar sus vueltas que terminan con extrema suavidad, o el “ballon” con que se eleva, como si usara un propulsor.
Para Vasiliev cabe repetir los mismos comentarios, por más que su interpretación trae consigo una emoción diferente, muy a la “russe”… pero sus piernas, potentes y gruesas, parecen columnas que aquí disimulan los amplios pantalones. Por su parte, Simkin, añadió a su estupenda técnica, el dramatismo necesario que el rol demanda. Sus vueltas impresionaron, pero los saltos elevadísimos con que bordó su actuación y la precisión de los pasos en su solo, pudieran ser llamados “para la historia”.
Reyes siempre está correcta en lo que ejecuta, por más que desearía que cambiara su expresión facial: esa casi-eterna sonrisa, pudiera llamarse un equivocado cliché que a veces va sobrando. La labor de Scott como el amigo que traiciona al Corsario, fue una buena sorpresa. El joven bailarín va por buen camino, que parece adelantar en cada función. El Corps de Ballet de la compañía, especialmente el masculino, es estupendo. Por su exactitud y brillantez, se gana en cada función el favor del público.
Es un placer recordar a la orquesta, dirigida esa noche por David Lamarche. Bravo de nuevo por llevar los tiempos a la requerida velocidad, como también por los agradables sonidos que produce.