Una oportunidad necesaria y hasta imprescindible. Ballet Across America se ha afirmado en el área de DC como uno de los encuentros de danza más interesantes de los Estados Unidos. Un acierto del Kennedy Center dentro de su amplio programa de ballet clásico.
Nueve compañías, a modo de mosaico, muestran lo mejor de su repertorio en el Opera House de este complejo teatral fundado por el ex presidente John Fitzerald Kennedy. El ciclo, que sigue en cartel hasta el domingo 9, permite ver la diversidad que hay en el país en el campo de la danza.
En el Programa A de Ballet Across America III, los que rompieron el hielo de la primera función fueron los bailarines del Richmond Ballet, que llegaron con una obra interesante desde la musicalidad y la coreografía: “Ershter Vals” (Primer vals), del chino Ma Cong
Con algunos momentos de silencio al principio, esta obra se divide en cuatro secuencias o cuatro movimientos. Música klezmer y sefaradí, interpretada por el grupo KlezRoym, la obra se inspira en poemas escritos en los guetos judíos durante la Segunda Guerra Mundial. Y su título, tiene a su vez algo de simbólica esperanza de un nuevo renacer después del horror.
Con elementos de Contact, contemporáneo y clásico, el coreógrafo teje y desteje tramas con dúos, tríos y secuencias grupales que generan cierta continuidad y, al mismo tiempo, tienen algo de expansivo, dinámico e intenso. La compañía, en excelente forma, consistente y ajustada, despliega energía, solvencia y calidad en medio de una sucesión de movimientos que, a veces, no tienen un rumbo concreto desde lo coreográfico. Interesante y atractivo al comienzo, pero repetitivo al llegar a los dos últimos movimientos.
“Almost Mozart”, de James Kudelka, obra creada para el Oregon Ballet Theatre en 2006, es una pieza pretendidamente osada. Los bailarines bailan sin música. Recurso ya inventado por los padres de la danza moderna durante los primeros 40 años del siglo XX.
Sólo en el intervalo, entre cada uno de los movimientos, la orquesta impone un breve fragmento de distintas obras de Wolfgang Amadeus Mozart.
La obra se compone de una serie de desplazamientos casi gimnásticos, y se divide de la siguiente manera: Dúo, Trío, Duet (la única secuencia que lleva música) y Solo, con el que termina la obra. Atlético, muy atlético, pero quizás, sin rumbo, basado en levantamientos y estiramientos concatenados. Pero solo eso. Los bailarines supieron interpretar el espíritu de la obra, con un buen despliegue físico y precisión en sus movimientos.
El final llegó con el Boston Ballet en “Symphony in Three Movements” de George Balanchine con música de Igor Stravinsky. Una versión correcta, prolija y ágil en la que Lia Cirio y Lasha Khozashvili tuvieron a cargo el pas de deux central, con buen desempeño, musicalidad y acertada dinámica.
El cuerpo de baile y solistas hicieron un trabajo impecable, y mostraron un grupo bien entrenado, capaz de seguir a pie juntillas los dictámenes de esta compleja coreografía. Pero la obra no dejó de ser más que una precisa conjugación de movimientos con la velocidad justa y los movimientos limpios, pero faltó el duende de la danza.