Bajo el título genérico de “Ballettabend” (Noche de ballet), el Ballett Zürich ha estado presentando desde el 16 de febrero de este año, más algunas funciones en marzo tanto en Zürich como en Winterthur, y otras nuevamente en la Opernhaus de Zürich a finales de mayo y hasta el 2 de junio, tres piezas de William Forsythe, Edward Klug y Sol León-Paul Lightfoot, respectivamente.
Dirigido desde esta temporada por Christian Spuck, el Ballett Zürich, que ya ganó amplias credenciales con Heinz Spoerli, continúa siendo una compañía vital y pujante, y cosmopolita como lo son muchas de las agrupaciones en el mundo de la danza, hoy por hoy.
“New Sleep” (1987), de William Forsythe, fue creado originalmente para el San Francisco Ballet y luego asumido por el Ballet de Frankfurt. Con partitura de su inseparable Thom Willems (habría que hablar, sin temor a hipérbole alguna, de la colaboración entre Forsythe y Willems como la que tuvo lugar entre Marius Petipa y Tchaicovsky), es uno de los títulos no tan conocidos de ese período-de-Forsythe que, sin embargo, merita atención, gracias a que con este programa se ha incorporado al repertorio del Ballett Zürich.
En el programa de mano, una cita de Forsythe como exergo sienta la pauta: “La deconstrucción implica siempre una especie de agresión o un colapso. No he trabajado fuera del ballet, sino dentro del ballet.”
El tono se anuncia, el de una inmersión en ese “período-de-Forsythe de deconstrucción-dentro-del-ballet” (luego ha extendido la deconstrucción, más allá). Sin embargo, no se percibe como agresión ni colapso, sino como una espléndida, compleja y rutilante (pese a la oscuridad dominante, en el vestuario negro y las luces, todo firmado por Forsythe) coreografía, la que por la disociación efectuada entre brazos y piernas me recordó al Forsythe de “Re-Array” (2011), para Sylvie Guillem junto a un partenaire.
Tres intérpretes (una mujer y dos hombres), con un vestuario elocuente y cierto juego con una planta en una maceta, indicarían “algo”, en contraposición a los otros doce bailarines, de ambos sexos. Pero tal indicación es un trampantojo. “Significado” y “significante” son, aquí, uno solo: el virtuosismo acuñado por Forsythe, en el que los límites son empujados, no solamente los del consabido eje, sino por medio de una velocidad en las piernas (y también en los brazos, en esa disociación ya señalada) que a uno le costaría aceptar que ello ha sucedido realmente (¿o se trata de otra disociación, mutatis mutandis, la que desearía Forsythe entre coreografía y danza, de modo que las ideas del creador puedan definitoria y definitivamente concretarse en una expresión sensible?).
La complejidad de las líneas en movimiento es apabullante. Al tratarse de un arte visual, la capacidad de percepción frente a una coreografía que es bastante más intensa que la media, tiene que aguzarse. Si la cultura que se posee posibilita el disfrute, y si hay disponibilidad para ello, el goce se acrecienta. Si no, una parte del público puede “no entender”, o simplemente cansarse un poco por el esfuerzo requerido. O los que arriban por primera (o segunda) vez, lo que ven es que hay unas curiosas gentes a los que se les llama “bailarines clásicos” saltar como conejos.
En “New Sleep”, Forsythe quiebra las líneas paralelas, desmantela las estructuras, aísla y “rompe”. Este trabajo de ruptura de las líneas clásicas, pero “dentro del ballet”, le exige al coreógrafo claridad en la escritura; y a los bailarines una guía física respecto de cuál parte del cuerpo es la que va a permitir conducir en continuidad. La representación figurativa (en su sentido estrictamente formal; por lo que decía que las indicaciones de un posible “contenido” eran un trampantojo) se basa sólo sobre reglas físicas.
Un estreno mundial
Edward Klug, coreógrafo de origen rumano, aportó para el Ballett Zürich el estreno mundial del programa con “Hill Harper’s Dream”, una delicada pieza que justo puede hacer “soñar” a partir de una colina, nevada por más señas. Lo fundamental es la música, una partitura para dos arpas (sus intérpretes, sobre la escena) del compositor esloveno contemporáneo Milko Lazar: acaso la materia de la que están hechos los sueños, no sin cubrir las necesidades de expresión dramática que inspiró al coreógrafo, para que el resultado se deslizase hacia el terreno de una suave e íntima fantasía, cuyos destellos son tan acariciantes como los que produce la luz en la nieve.
Si a una parte del público (el crítico, aunque su opinión pueda ser diferente, siempre debe estar atento al “aplaudímetro” y a las reacciones de sus vecinos de butaca más próximos), el Forsythe en algo les ofuscó, “el sueño-de-arpistas-en-una-colina” los reconfortó. ¡Y la luz se hizo! (aunque pueda ser ilusoria). Elegancia, belleza contenida, toques de humor, música casi celestial, una escritura salpimentada con lo contemporáneo, que despliegan sus nueve intérpretes (cuatro mujeres y cinco hombres), vestidos sobriamente.
Pero, aunque funcione como recurso (y el público haya reído), debe evitarse el usar bastones (en este caso, para esquiar) en cualquier pieza de danza. La sensación que producen es que el bailarín los necesita (cuántos chistes verbales se han hecho con ellos, no sin crueldad, para ridiculizar a divas avejentadas), a no ser que la intención sea paródica, lo que no era el objetivo de este ballet tan destiladamente “poético”.
De la abstracción pura de “New Sleep” (aun con esa analítica discursiva que hizo trascender especialmente al Forsythe de entonces más allá de lo que todavía podía entenderse como “abstracción” en danza), pasando por los atisbos “poéticos” de la pieza de Edward Klug (que tampoco es narrativa), se llegó, en el final del programa, a una suerte de “híbrido”: entre intención dramática y la preponderancia que se da a la expresión más acendrada, que hace que la primera se diluya aunque no por ello pierda su carga. En otras palabras: se intuye que hay una narrativa (que tampoco significa “narración”), pero no hay que conocerla ni mucho menos seguirla, porque el resultado prevalece por sí solo, y se puede disfrutar separadamente, sin connotación específica.
El destino
Se trató de “Sleight of Hand” (“Prestidigitación”) de Sol León y Paul Lightfoot, estrenada en 2007 con el Nederlands Dans Theater II, que hizo ahora su entrada al repertorio del Ballett Zürich. El motivo es el del destino, por medio del juego de cartas, uno de sus simbolismos más caros. La Reina y el Rey de Corazones presidirán la escena, a cada lado, desde sus (muy) altos tronos. La Sota y el Joker harán lo suyo, pero es sobre todo el Destino que resulta el que marca esta obra (con 8 intépretes en total), misteriosa e inquietante, a lo que contribuye la tonalidad oscura (predominante) del vestuario, pero sobre todo aporta la música escogida: el segundo movimiento de la Sinfonía no. 2 de Philip Glass. (Cada vez que se solicita a la música minimalista para hacer danza suele funcionar, pero ahora el valor añadido es el de la atmósfera secreta y enigmática que acusa esta partitura.)
La escritura osciló entre la recurrencia al vocabulario clásico y a lo contemporáneo, sin desdeñar gesticulaciones en determinados momentos, aun si ceñidas a lo requerido. Algunas construcciones de líneas fueron particularmente interesantes, y en general la fluidez de las frases permite que se instale la dicha neta del espectador. Pero, teatralmente, ese lado oscuro del destino inextricable sobrecoge en la obra de León/Lightfoot, lo que es, desde luego, un valor en sí.
Una verdadera belleza la obra , la vi en su momento , pero nada como Fama a bailar
Estoy demasiado atraida por esta temática y no
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