Un piano “jazzea” sobre el teclado acordes impregnados de nostalgias. Un periodista aporrea su máquina de escribir tratando de componer historias que se quiebran en el papel. Mientras, la vida se impone, incontenible. “Hemingway: The Sun Also Rises”, de Septime Webre, devela esa intensidad caótica, arrasadora, de esos años de post y pre guerras que Ernest Hemingway describió en su novela.
El coreógrafo y director de The Washington Ballet convocó a Hemingway al escenario del Eisenhower Theater del Kennedy Center de DC, desde el 9 hasta el 12 de mayo para el estreno mundial de su versión para ballet de la novela “The Sun Also Rises”. Uno de los libros que llevó a la fama al escritor, pionero del nuevo periodismo norteamericano y que tuvo su versión cinematográfica en 1957.
En esta puesta, el texto se afianza a través de un lenguaje diferente, pero tan intenso como la novela en sí misma. Jared Nelson, como Jake, el protagonista, un periodista que peleó en la Primera Guerra Mundial, compone un personaje impecable. Sabio desde lo corporal, el bailarín deja salir al actor y logra momentos conmovedores en sus solos.
A su vez, Webre, supo descubrir, con sensibilidad y maestría, la angustia y las tribulaciones de ese hombre que debe lidiar con las secuelas de la guerra: sus tormentos, sus heridas y su impotencia sexual.
Con inteligencia, sutileza y habilidad Webre, cuenta la historia magníficamente. Incorpora elementos de multimedia para mostrar un universo complejo, plural y desbordante. También incluye el texto de Hemingway en pequeños estadios que permiten aclarar aspectos complejos de la trama. Su narración corporal se amalgama a lo escrito que, a veces, se proyecta en una pantalla móvil. Aunque en ocasiones, compite con la danza y se hace difícil seguir a ambos sin perder detalles.
Con libreto de Webre y de la escritora Karen Zacarías, la obra propone una ajustada, precisa y sobria, la primera parte de este ballet en dos actos y dos horas de duración. La puesta muestra imágenes del París de los años ’20, con paneles que suben y bajan para recibir proyecciones. También incorpora personajes y hace un despliegue coreográfico con escenas grupales potentes, que no dan respiro a los bailarines. Si bien hay un toque un tanto excesivo de saltos y acrobacias, el resultado no deja de ser exuberante y arrollador. Como la vida de aquellos tiempos.
Webre juega con distintas disciplinas artísticas, acordes con la época, y lleva a escena en el primer acto a la cantante E. Faye Butler, magnífica en su interpretación de “You Gotta Give Me Some”, y al cantante Ari Shapiro, con una simpática versión de “Valentine”.
En la segunda parte, la que tal vez necesite un reajuste en la duración de cada escena, el bailaor Edwin Aparicio y su grupo de flamenco pusieron un toque más español dentro de este periplo que el escritor, Jake, y sus amigos hacen rumbo a España.
Webre no escatimó esfuerzos ni elementos para esta puesta colorida y arrolladora. Incorporó también los típicos muñecos gigantes que acompañan las fiestas de los San Fermines en Pamplona, España, y danzas grupales con gran despliegue escénico.
El vestuario de Helen Q. Huang y la escenografía de Hugh Landwehr, que recurre a paneles con diarios de la época que suben i bajan según las escenas, contribuyeron a esta puesta que, sin duda, es una de las más imponentes de la compañía. Merecería tener una temporada más larga, o al menos repetirse en la próxima. El esfuerzo de montaje es extremadamente arduo como para que quede dormida durante largo tiempo.
El cuerpo de baile, así como los protagonistas de esta historia lograron momentos de gran excelencia y compromiso. Lady Brett Ashley, Sona Kharatian, el amor imposible de Jake, acierta a componer un personaje promiscuo, seductor y atractivo. Brooklyn Mack, el torero Pedro Romero, hizo una gran demostración de agilidad y fuerza con sus saltos precisos y su musicalidad. Y como siempre, para Luis Torres, no hay papeles chicos. El bailarín, con el entusiasmo que lo caracteriza, marcó con calidad, la presencia del conde Mippipopolou, un aristócrata griego que formaba parte de la troupe parisina.
Pero sin duda, este Hemingway de Webre no hubiera sido lo mismo sin el saxofonista Billy Novick y sus músicos que, desde el foso del escenario sonaban como una orquesta multitudinaria y se lanzaban a esta aventura en la que se funde una historia de amor frustrado, la decadencia de una sociedad signada por las guerras y esa búsqueda del real sentido de la vida.
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