La Sala de los Príncipes del Grimaldi Forum acogió el estreno de “Choré” –abreviatura en francés de coreografía-, nuevo trabajo de Jean-Christophe Maillot (Tours, 1960) para los Ballets de Monte-Carlo. El espectáculo trata del surgimiento del teatro musical en Broadway, la Gran Depresión (1929) y el estallido de la II. Guerra Mundial (1939-1945), con la intención de afirmar la necesidad del ser humano de disfrutar de la alegría y del placer de bailar, aún en los momentos más difíciles de la existencia de la humanidad. Lejos de ser un ballet narrativo al uso, “Choré” se compone de cinco capítulos -“Esplendor y miserias”, “Silencio, se rueda”, “Se ha declarado la guerra”, “Paisaje de cenizas” y “Después de la danza, todavía existe la danza”-.
La trayectoria coreográfica de Maillot se divide en dos líneas de trabajo: de una parte, la revisión de los clásicos como “Romeo y Julieta” (1995), “Cenicienta” (1999), “La Belle” (2001) o “Lac” (2011) y, por otro lado, los montajes nacidos a partir de la suma de diversas pequeñas obras como “Miniatures” (2004), siendo esta última la opción de “Choré” (2013). Cercano a celebrar sus dos décadas al frente de los Ballets de Monte-Carlo, el coreógrafo-director francés ha sabido insuflar nueva vida a la compañía fundada por René Blum en 1936 y renacida casi medio siglo después a instancias de Carolina de Mónaco, actual Princesa de Hannover.
Comienza la velada con una elegante pareja de bailarines sin rostro flotando por el escenario, que bien podría ser la reencarnación de Fred Astaire (1899-1987) y Ginger Rogers (1911-1995), rodeada por otras parejas de armonioso baile. Actúa como contrapunto un bailarín de formas más rudas, que podría recordar a Gene Kelly (1912-1996). Implícitamente, se muestra la contraposición entre la danza elegante de Astaire y el baile más enraizado a la tierra de Kelly.
La segunda escena hace referencia a los inicios del cine, al mundo en blanco y negro, a iconos del séptimo arte como “King Kong” (1933), con la aparición de la protagonista Anna Darrow -la actriz Fay Wray, (1907-2004)-, a quien el gorila enamorado subía al Empire State Building. Inspirado en los patrones geométricos y en los trucos de caleidoscopio del coreógrafo de musicales Busby Berkeley (1895-1976), Dominique Drillot ofrece ingeniosas soluciones escénicas que transportan al espectador al Nueva York de los años 30. Un espejo suspendido sobre los bailarines y medianamente inclinado crea una sorprendente ilusión óptica al bailar los miembros de la compañía monegasca sobre diferentes linóleos que dibujan escenarios como una angulosa escalinata o los primeros rascacielos de la Gran Manzana.
El juego de un coro de intérpretes con grandes abanicos de plumas de marabú, que posee ciertas reminiscencias a “Mon truc en plumes” (1961) -coreografía de Roland Petit (1924-2011) para Zizi Jeanmaire-, sirve para ilustrar el desencadenamiento de la II. Guerra Mundial y, más concretamente, podría asemejarse a la inmensa nube surgida de la explosión de Hiroshima (1945).
Tras el estallido, la paz, la quietud y las cenizas. Etéreas, dos bailarinas –con un arnés y cuerdas muy difuminados por una espléndida iluminación- emergen suspendidas en el aire. El trabajo de ambos partenaires, situados sobre sendas plataformas cuadradas, debe cuidar la fuerza con la que dibujar los movimientos, para que la danza aérea se desarrolle en la cadencia adecuada. Un excelso ejemplo del deseo del hombre por volar y de la lucha constante del bailarín contra la gravedad. Magnífico recurso a la imaginación, sutileza y sensibilidad de Maillot para construir estos bellos y originales pasos a dos.
Y, finalmente, sólo queda la danza. “Choré” termina con una multitudinaria escena coral que es una verdadera invitación a bailar: danza de todas las formas, modos y maneras. Una exuberante muestra de color, porque aunque el horror se instale en la humanidad, el hombre siempre ha sentido el impulso interior de bailar, para celebrar su alegría, alejar los malos espíritus o sintonizar con su yo más ancestral. Contagiado por las buenas vibraciones de la trouppé monegasca, el público congregado aplaudió con ganas la propuesta de Jean-Christophe Maillot.