La temporada 2012-13 es la primera del coreógrafo alemán Christian Spuck al frente del Ballett Zürich, sucediendo a Heinz Spoerli, quien ha pasado al retiro. Spuck, otrora coreógrafo residente del Stuttgarter Ballett, ostenta una notable carrera.
En Zürich, inició su dirección de la compañía con el estreno mundial de su versión de “Romeo y Julieta” sobre la partitura de Serguei Prokofiev. El 27 de abril, tuvo lugar en la Opernhaus de Zürich la première de su “Leoncio y Lena”, que se extenderá en la temporada hasta el 26 de junio.
Sin embargo, este ballet sobre la comedia homónima del dramaturgo, revolucionario y científico alemán Georg Büchner (1813-1837), no es un estreno mundial. Éste fue en 2008 para el Aalto Ballett Theater de Essen, pieza que luego se incorporó a los repertorios de Les Grands Ballets Canadiens (Montreal) y del Stuttgarter Ballett.
Junto con “La muerte de Danton” (su obra cumbre) y “Woyzeck”, la trilogía de la producción teatral de Büchner se completa con “Leoncio y Lena”, una comedia con intenciones políticas, escrita en 1836. (Su primera representación fue 60 años más tarde, en Munich.)
La historia
Se trata de una sátira a la fragmentación entonces, de Alemania en pequeños reinos. El monarca Peter, del reino de Popo (“trasero”, en lenguaje popular) arregla el matrimonio del príncipe heredero Leoncio con la princesa Lena, del reino de Pipi (“pipí”).
Espantados ambos con una unión forzada, cada uno por su parte escapa a Italia, la obsesión romántica de los alemanes. A Leoncio lo acompaña su cómplice Valerio, un “bon vivant”. A Lena, su institutriz. Se encuentran casualmente; no es difícil adivinar que Valerio y la institutriz entablan una relación, tórrida. Leoncio, por su parte, se enamora de Lena. Al principio, no es correspondido, pero luego todo sucederá para ambos en “el mejor de los mundos posibles”.
Tanto, que ya dispuestos a permanecer juntos hasta el fin de sus días, arriban al reino de Popo disfrazados de autómatas (otra obsesión del romanticismo alemán). Como el rey Peter le había prometido al pueblo la alegría de la celebración de una boda, los preparativos se han hecho y entonces casan a los “autómatas”: tras la unión, se quitan las máscaras y conocen su identidad: Leoncio y Lena habían huido el uno del otro, pero el destino estaba trazado.
Büchner aligera tal designio y Valerio es nombrado ministro de estado por el nuevo rey de Popo, Leoncio. El flamante ministro preconiza que el estado se disuelva en el caos, a ver si se alivia la miseria de sus súbditos. ¿No se amarraba el viejo monarca Peter un pañuelo con un nudo en un dedo para acordarse que debía pensar en los habitantes de su reino?
El ballet
Los tres actos de la obra original de Büchner han sido trasladados a dos, para unas dos horas de duración con intermedio. Christian Spuck ha dicho, en lo que puede considerarse como “notas de intención” en el programa de mano, que no es un “ballet convencional, sino algo más teatral, que utiliza un tipo diferente de lenguaje corporal”. Ciertamente, la teatralidad –o o si se quiere, la comicidad– se ha extremado, lo que sin dudas (Spuck es de esos coreógrafos a quienes les gustan “contar historias”, y sabe cómo hacerlo) constituye esa clave del éxito.
Pero, aun si bien la actuación predomine, y los retos a enfrentar por los bailarines hayan sido mucho más histriónicos que coreográficos, se trata de una pieza de danza, porque el vehículo esencial en el que se “expresa” la narración es el del movimiento y sus convenciones. El resto, sí, es puro entramado teatral, pero la base sobre la que erige la construcción del producto escénico es la danza.
En este sentido, es loable la preocupación de que el texto en sí de Büchner se “tradujese” con precisión al movimiento y al gesto. Cada postura, cada paso, están habitados por una significación en consecuencia, siempre siguiendo fielmente al dramaturgo, incluso en la ambigüedad del discurso de los personajes.
La puesta
Los diseños de escenografía y vestuario de Emma Ryott acusan también esa virtud de legibilidad. En los trajes, nada de anacronismos sino inmersión puntual en la época en cuestión. La escenografía, algo más abstracta, recurre en lo fundamental a un “plató” que gira para facilitar los cambios de escenas.
La música (interpretada con brillo por la Philarmonia Zürich, bajo la conducción de James Tuggle) es un “pot-pourri” utilitario que incluye a: Johann Strauss I y II, Amilcare Ponchielli, a los más contemporáneos Alfred Schnittke y Bernd-Alois Zimmermann, asi como al compositor actual Martin Donner, pero también al Pizzicato de “Sylvia” de Léo Delibes, y una canción de Hank Cochran.
Este espíritu de citar se extendió asimismo a los diseños y a la coreografía. En definitiva, se conservó lo propio de Büchner, en “Leoncio y Lena”, que contiene referencias a la Commedia dell’Arte, Brentano, Goethe, Shakespeare, Tieck. (Como “La muerte de Danton” cita parrafadas enteras de otras fuentes: no deja de sorprender la intertextualidad avant-la-lettre de Büchner.)
Spuck citó a “La fierecilla domada” de John Cranko, a “Manon” de Kenneth MacMillan, y a “La mesa verde” de Kurt Joos. Pero la cita inmanente, ya que no explícita, es a un determinado “espíritu vienés”, quizás impuesto por la recurrencia a los Strauss.
Además del elenco tanto del Ballett Zürich como del Junior Ballett Zürich (las escenas de grupo no dejan de ser exigentes), el desempeño de los solistas fue impecable. Conquistaron con su humor y su malicia.
Es para señalar Filipe Portugal como el rey Peter, pero no menos, William Moore como Leoncio, la rubia Katja Wünsche (en su primera temporada en Zürich) como Lena, así como el Valerio de Arman Grigoryan.
Y el próximo 12 de octubre (el 17 es el 200. aniversario del nacimiento de Georg Büchner) tendrá lugar la première en el Ballett Zürich del “Woyzeck” de Christian Spuck, escenificado en 2011 para el Ballet Nacional de Oslo.