Eterno, como esos ojos brillantes llenos de vida, exultantes de entusiasmo. Y esa sonrisa que solo él, Frederic Franklin, logró dibujar en cada momento. Aclamado, venerado, admirado por varias generaciones de espectadores y de bailarines, había nacido en Liverpool, Inglaterra, el 13 de junio de 1914. “Freddie”, tal como lo llamaban en el mundo de la danza, murió el 4 de mayo en Nueva York de una neumonía que le quitó la sonrisa. Tenía 98 años y marcó hitos en la historia de la danza del siglo XX.
Un emblema indiscutible de Ballet Russe de Monte Carlo, comenzó su carrera de bailarín en 1931 en el Casino de París con Josephine Baker. Cofundó el Slavenska-Franklin Ballet, y fue el fundador y director del Ballet Nacional de Washington DC. Trabajó con el American Ballet Theatre, el Chicago Ballet y el Ballet de Cincinnati donde lo nombraron director emérito.
Junto a Alexandra Danilova creó una de las legendarias e inolvidables parejas de ballet del siglo XX. También bailó con Alicia Markova, Irina Baronova, Moira Shearer, Rosella Hightower, Maria Tallchief, Tamara Toumanova y Alicia Alonso. En 2004, fue nombrado Comendador de la Orden del Imperio Británico. Y hasta hace poco continuaba trabajando con la misma alegría y entusiasmo que en sus comienzos.
“Vi un joven bailarín, Frederic Franklin, y pensé que tenía un gran potencial –dijo el legendario George Zorich en sus memorias–. Y al día siguiente le comenté a los Massines, y así fue como Frederic entró a formar parte de Ballet Russe de Montecarlo”.
Cada año, con el American Ballet Theater, Franklin hacía su aparición como personaje de carácter en la temporada del Metropolitan Opera House. Su versión de “Coppelia”, se repuso en 2011 para celebrar los 20 años con la danza de Paloma Herrera, mientras continuaba trabajando con el Chicago Ballet y el Cincinnati Ballet.
Desde 1938 a 1952, fue primer bailarín de Ballet Russe de Monte Carlo donde bailó más de 45 roles principales, y fue Ballet Master en 1944. Con esta compañía cubrió los roles de Baron en “Gaite Parisienne”,en “La Sonnambula”,y el Champion Roper en “Rodeo”. Con el Slavenska-Franklin Ballet, interpretó el rol de Stanley en “Un tranvía llamado deseo”.
Trabajó con los grandes coreógrafos de la historia: Michel Fokine, Leonide Massine, Bronislava Nijinska, Frederick Ashton, George Balanchine, Agnes de Mille, Ruth Page y Valerie Bettis.
En 2011, fue incluido en el National Museum of Dance’s Mr. & Mrs. Cornelius Vanderbilt Whitney Hall of Fame. Y recibió los premios Capezio, Dance Magazine, y Laurence Olivier. Su “Cascanueces” se presentó en 1973 por segunda vez en el Houston Ballet.
Con su dinámica, son su alegría, el gran “Freddie”, dejó el escenario para convertirse en un ángel que sobrevuela la escena custodiando la danza y su pureza.