Por primera vez en la primavera, el Ballet Hispánico, con su nuevo director artístico Eduardo Vilaró, subió a la escena del Joyce Theater para mostrar su flamante elenco de bailarines, así como piezas de coreógrafos variados, todas de estilo contemporáneo. Las funciones, que se realizaron desde el 16 al 28 de abril, propusieron tres programas diferentes y sirvieron para celebrar la temporada número 25 en Nueva York.
Comenzando el programa con “Jardi Tancat”, que lleva el acompañamiento de la española Maria del Mar Bonet, tres parejas, donde las bailarinas visten sayas largas y amplias, ejecutan la intrincada coreografía del español Nacho Duato, con sorprendente movimientos de magnífica fuerza, que indiscutiblemente emana del estupendo entrenamiento que todos poseen.
“Tango Vitrola”, que data de 1987, prosiguió en el programa con los ritmos de Vicente Greco y Roberto Firpo. Esta pieza ya se había presentado con anterioridad; no obstante, el grupo actual definió los pasos de tango con elegancia y sutil precisión. Vilaró y su equipo de “repetiteurs” y profesores de la escuela, de donde posiblemente se nutrirá en el futuro la compañía, prestan gran atención al entrenamiento derivado de ella.
La atractiva pieza estrenada en el año 2009, “Nube Blanco” (que en correcto español sería Nube Blanca) es una obra simpática, con zapateados andaluces, mezclados con indicios del tango, así como situaciones cómicas. Aquí la lastimera voz de María Dolores Pradera, traslada a los intérpretes y al público asistente, hasta la inmensa pampa argentina.
Los enormes y blancos “tutús” de las bailarinas, originales de Diana Ruettiger, junto a los zapatos rojos que calzan o descartan, le dan a la pieza un toque muy acertado de comicidad. La coreografía, original de Annabelle López Ochoa, incluye pasos muy estilizados que son una prueba de cuánto conoce el conjunto de lo que significa la danza académica.
Tarde muy entretenida que es de esperar que se repita el próximo invierno, fecha que por muchos años fue aprovechada por la compañía para ocupar, como hizo esta vez, el agradable teatro Joyce, situado en el barrio neoyorquino conocido como Chelsea.