El reglamento de la escuela. Haz clic aquí.
El 11 de enero de 1713, Louis XIV instituía por decreto la creación de un conservatorio de danza en la Academia Real de Música (hoy Ópera de París). Este conservatorio, con carácter gratuito, se destinaba a perfeccionar a los artistas en códigos que, sin embargo, no irían a ser creados a partir de esa instauración, sino que en realidad comenzaron a ser organizados, según orden de Louis XIV, con su manía codificatoria (no sólo con el ballet…), en la Academia Real de Danza, fundada en 1661, al frente de la cual Louis puso a su maestro Pierre Beauchamps.
Éste fue el primer acto de gobierno de Louis, cuando tomó efectivamente el poder tras el “golpe de estado” propinado a su reina madre, Ana de Austria, luego de la muerte del cardenal Mazarino. ¿Cuál era el apuro de Louis con el ballet? ¿Se debía a que era bailarín, y uno de los más grandes de su tiempo? Con probabilidad, pero lo cierto es que, pasión personal aparte –que satisfizo– , como tampoco nadie debe ignorar, con la construcción del ballet como género artístico, Louis efectuó un doble gesto político.
Por una parte, hacía del ballet la piedra de toque de su sistema propagandístico de las artes, e inventaba sobremanera con él a la política como espectáculo. Por otra parte, le arrancaba a los nobles la danza, práctica aristocrática por excelencia, para “entregársela” a los plebeyos, con el objetivo de profesionalizarla, que fue lo que condujo especialmente en 1713 con la creación del conservatorio de danza en la Academia Real de Música.
La gratuidad de los cursos ahí ofrecidos significaba dos cosas: los “plebeyos” no tenían los medios financieros de los aristócratas, y, además, ello los hacía obligatorios. La preocupación puramente estética de Louis era indisociable de su proyecto ideológico con el ballet.
La creación de la Academia Real de Danza en 1661 tuvo como fin determinar reglas y “fijar un esplendor”, impidiéndoles a los 400 maîtres à danser con que contaba solamente París que maltratasen el arte de la danza. El “Rey Bailarín” quiso que la técnica se fundara sobre la teoría, y que respondiera tanto a un principio normativo como a la eminencia.
Todo ese análisis técnico, se implementó a partir de 1661, pero fue en 1713 cuando el Rey formalizó la existencia de la escuela francesa como tal, de la cual surgirían, en el decurso de la historia, las restantes escuelas, como la danesa y la rusa.
La profundización del reglamento llevada a cabo por Louis XVI no es sino la evolución (como todo en el ballet, o más allá, si se desea) a partir del acontecimiento visionario de su ancestro, el Rey-Bailarín. (Como luego Napoléon, quien no tuvo nada que ver con la monarquía sino todo lo contrario, perfeccionará aun más el reglamento, con cláusulas vigentes hoy por hoy; sin contar que fue tan eficaz su modelo de escuela de ballet que lo instaló imperialmente en Nápoles y sobre todo en Milán, donde un cierto Carlo Blasis se serviría, con los resultados que sabemos…)
Louis XIV, bailarín, y virtuoso, ese que se proponía un “perfeccionismo idiota en todo lo que hacía”, genio artístico, y no solamente en el ballet, que era de lo que “más sabía”, según su madre y un tal Voltaire. También, el manipulador político: quien primero en la modernidad utilizó a las artes como propaganda fue él, en Francia y fuera de ésta como instrumento de irradiación que trascendería a su persona: prueba de lo cual es que el lenguaje en el que el ballet se expresa sea hoy por hoy el francés.
El monarca decidió, de pronto, primero en 1661 y subsiguientemente hasta ese año de 1713, que lo que más amaba desde el punto de vista de su yo artístico tenía que convertirse en un género, al que le insufló toda su potencia creativa…y “ejecutiva”. Con una voluntad estilística que se preserva hasta el día de hoy, en la escuela francesa.
Bien lo recuerda Sylvie Jacq-Mioche: “Desde el origen de la Escuela, cada profesor busca el conservar y transmitir el estilo francés que remite a Louis XIV”.
Desde luego, este estilo no significa que hoy el “código académico” sea como el de la denominada (en la actualidad) “danza barroca” de los tiempos de Louis, pero sin esa “danza barroca” (la “belle danse”, en realidad) fundacional no se puede entender a lo que hoy llamamos “ballet clásico”…
El “espíritu de Versalles” se conserva, enhiesto, no solamente en su epítome por excelencia que es la escuela francesa. Pero, recordemos de ésta lo que estipuló Louis XIV y que se mantiene, sobremanera en la Escuela que creó y en el Ballet de la Ópera de París: “la preminencia de la armonía, la coordinación de los movimientos, la precisión de la colocación y el rechazo a la proeza”.
Y la precisión del trabajo de la parte inferior de la pierna, que caracteriza a la escuela francesa, proviene de la “belle danse”, si bien un virtuosismo de otro tipo se instaló desde principios del siglo XIX con Auguste Vestris.
Dios salve a Louis XIV, dondequiera que se encuentre: sus restos fueron esparcidos por los revolucionarios, y su corazón, conservado en una iglesia de París, sirvió para que un pintor, olvidado, obtuviera un tinte rojo: paradójico y cruel destino, en definitiva artístico el suyo.
Es el legado inmaterial del estilo francés en el ballet el que permanece como su herencia artística, entre otras, pero la más preponderante por su universalidad es la de la danza clásica.