El Het Nationale Ballet de Ámsterdam apostó por una obra del gran repertorio, “Giselle” (1841), para conquistar al público español en su gira. Dentro de sus escalas en territorio patrio –Bilbao, Alcobendas y Valencia–, el Teatro Arriaga de la capital vizcaína, prácticamente lleno, acogió el espectáculo con avidez, ya que una producción clásica siempre es bien recibida por los aficionados al ballet.
La compañía dirigida por Ted Bransen presentó una versión muy fidedigna con la tradición del ballet, basada en la lectura de Marius Petipa sobre el original de Jules Perrot y Jean Coralli, a la que se añadió algunos arreglos de Rachel Beaujean y Ricardo Bustamante. Con una duración de dos horas, “Giselle” se compone de dos partes. El primer acto se desarrolla durante la época de la vendimia en la Renania medieval. Como contraste, la segunda parte ofrece una visión fantasmagórica del bosque poblado por los espíritus de las doncellas fallecidas (willis), en una verdadera muestra del denominado ballet blanco.
Para hacer frente a todos los matices del estilo romántico, resulta de suma importancia la correcta elección de la bailarina protagonista. En su origen, “Giselle” sirvió para consagrar a Carlotta Grisi (1819-1899), fuente de inspiración para Théophile Gautier, coautor del libreto junto con Jules-Henri Vernoy de Saint-Georges. Posteriormente, ha sido un reto que ha encumbrado a otras grandes figuras de la historia del ballet como Olga Spesivtseva, Anna Pavlova, Galina Ulanova, Alicia Markova, Alicia Alonso, Margot Fonteyn o Carla Fracci, entre otras.
Y en el caso del Het Nationale Ballet, el desafío recayó en Igone de Jongh, consolidada figura del conjunto neerlandés y la única holandesa con el máximo rango en la formación. Entre Giselle campesina y Giselle espíritu, la interpretación de Jongh tiende a decantarse más en el aspecto espectral. Domina la técnica romántica, con la suspensión requerida para flotar en su forma fantasmagórica, y las dosis suficientes de lacónica energía para emprender saltos y baterías. El causante de tal desdicha de amor, el duque Albrecht, fue encarnado por Casey Herd. Eficaz partenaire para de Jongh, el bailarín americano no lució todo su potencial en sus variaciones, aquejado de una sobrecarga muscular.
Rigurosidad, sincronía y limpieza fueron las notas características del segundo acto, en el que las willis emergen en el bosque, flotando a través de una espesa capa de humo. Comandadas por Myrtha, corporeizada por Sasha Mukhamedov, la veintena de espíritus conformó un cuerpo de baile sólido. Siendo la labor de los protagonistas crucial para dar vida a esta obra maestra, no es menos cierto que también es primordial otorgar la importancia necesaria a la labor de un cuerpo de baile.
Como consecuencia de ello, el Het Nationale Ballet demostró una gran solvencia al abordar “Giselle”, uno de los pilares básicos del gran repertorio. El Teatro Arriaga aplaudió la buena labor de la compañía neerlandesa e incluso levantó el telón en dos ocasiones.