El coreógrafo y bailarín británico Akram Khan presenta en el Teatro de la Ville de París su solo “Desh” (2011), desde el 19 de diciembre y hasta el 2 de enero de 2013.
Nacido en Londres de padres oriundos de Bangladesh, Khan se inició en la danza “kathak”. A partir de los años 90, su trabajo se orientó a una convergencia entre el repertorio clásico del “kathak” con la danza contemporánea, o esta suerte de “danza-fusión”. A recordar su colaboración, por ejemplo, con Sylvie Guillem en “Sacred monsters” (2006), o “Gnosis” (2010), esta vez una mezcla de danza clásica hindú con contemporánea.
“Desh” es su última creación, presentada en Inglaterra, que le valió en abril de 2012 un premio Lawrence Olivier en la categoría “Best New Dance Production”.
Para que durante 80 minutos, sin intermedio, un solo intérprete (y se trata de su primer solo de toda una noche) pueda acaparar la atención del espectador sin fatiga; que de esa interpretación se desprenda, en lo físico, una energía y una fuerza remarcables, y que, más aún, se trate de un espectáculo cautivante, capaz de remover pero sobre todo de entusiasmar por su serena luminosidad, hay que ser un bailarín notable, un coreógrafo hábil, como no menos, un director de escena consumado.
Sí, Khan está magníficamente “ayudado”: por la concepción musical de Jocelyn Pook, los textos del escritor Karthika Nair, actores que prestaron sus voces a dos personajes, el diseño visual de Tim Yip, realizado por Yeast Culture.
“Desh” es la tercera sílaba de Bangla-desh, y significa “tierra”, “patria”. Acompañado entre otros, por Karthika Nair, Akram Khan viajó al Bangladesh de sus padres. Tales búsquedas de identidad, o de raíces, si se prefiere, suelen ser frecuentes. Lo que no suele serlo, es que de este “re-encuentro” haya resultado un espectáculo donde no hay un solo lugar común, sino una humanidad desarmante. “La fuente de los orígenes” en la que fue a beber, se reveló como la confrontación de dos memorias, la de su padre y la suya propia. Entre ambas, la de la sobrina de Akram Khan, Eshita. Su padre, era el pequeño cocinero del restaurante de la aldea. Khan lo mima, utilizando su cráneo afeitado en el que pintó una suerte de ojos y boca. El otro “personaje” es una interlocutora en Bangladesh con la que comunica por teléfono cuando la tecnología falla. Resultará que tiene 12 años…
El viaje, más allá de esa humanidad que se manifiesta por la relación padre-hijo y de este último con su sobrina, y más allá de que Akram Khan comprenda que su memoria no tiene nada que ver con la de su padre, es fabuloso, sin embargo. Desfilan estrellas, lunas, árboles, hasta un elefante. Un universo propiamente mágico, diríase, pero es el de la realidad de dos elementos, la tierra (“desh”) y el agua, que siempre ha fascinado a Akram Khan. Como si la fluidez del agua en el interior de la tierra lo atrajera como bailarín en lo que quiere expresar. Y, “Bangladesh posee los dos elementos en abundancia, el agua y la tierra”. (¿No dicen los climatólogos que Bangladesh puede ser uno de los primeros países en desaparecer inundado por las aguas?)
La magia, literalmente en este espectáculo emocionante que mantiene el suspenso, es también la de un cuento de hadas, punteado por las narraciones de deidades del bosque, o las abejas maravillosas. Y el monzón se presenta, como mismo en Bangladesh. Es el tributo de Akram Khan a la nación de sus padres, de la cual no quería saber nada cuando era un adolescente londinense. También lo es, de cierta manera, al nacimiento de esa nación.
“Poesía”, “poético”, son términos de los cuales hay que huir cuando se escribe de danza. Sin embargo, “Desh” de Akram Khan no amerita sino el calificativo de poético; y a este “viaje mágico y misterioso” contribuyen mucho los delicados efectos visuales.
El virtuoso de Akram Khan ofrece un contrapunto entre “kathak” y contemporáneo. Su baile es un torbellino, vibrante, con tal despliegue que el sudor lo cubre por completo… El bailarín hipnotiza, aunque, y es el único reproche o lamento, uno hubiese deseado ver un poco más de “kathak”.