Es indiscutible que el nombre de Alexei Ratmansky ya está colocado junto al de los importantes nuevos coreógrafos del ballet neo-clásico actual. Por lo pronto, su trabajo es muy solicitado, y en el American Ballet Theatre (ABT), una de las primeras compañías de este gran país, ocupa el cargo de artista-en-residencia.
Un programa de la temporada otoñal, ofrecida en el teatro City Center recientemente, incluía el esperado estreno de la última obra del coreógrafo, sobre música de Dimitri Shostakovitch, titulada “Sinfonía #9”, que según ha sido anunciado, será parte de una trilogía de ballets con música del afamado compositor ruso, que Ratmansky está montando para la anual temporada del Met en el próximo verano.
Obras de otros dos coreógrafos, muy distintas entre sí, componían el programa de la noche en cuestión. De Mark Morris, “Drink to Me Only with Thine Eyes” (1987) sería la primera y deliciosa pieza, con música de Virgil Thompson, interpretada magistralmente al piano por Bárbara Bilach. Este trabajo permite reafirmar que Morris sabe mezclar muy bien las reglas de la danza clásica, con movimientos y poses tan atractivas como modernas.
El vestuario, de Santo Loquasto, va totalmente en blanco para las seis parejas que toman parte en ella, dando la sensación de un verano infinito. Pasos sencillos, propios de una clase de ballet, aparecen en el comienzo, luego se hacen difíciles, además de distribuir a los intérpretes en constantes entradas y salidas de grupos, tríos dúos y solos. Entre ellos se destaca como un brillante de gran resplandor, Herman Cornejo, tan exacto en sus posiciones y balances, que se me hace muy difícil — a excepción del grandioso y nunca olvidado Misha – recordar qué otro bailarín del pasado (y me atrevo a decir del presente) logra tal pulcritud en la resolución de sus pasos. Hubo otros participantes que también merecen mención: entre ellos Simon Messmer, Isabella Boylston y Sascha Radetsky.
La segunda parte del programa fue cubierta por dos Pas de Deux de coreógrafos totalmente distintos: Antony Tudor y George Balanchine. El primero, segundo Pas de Deux de “The Leaves are Fading” (1975), fue tomado de la última obra que Tudor compusiera para el ABT. Una pieza romántica y sencilla que le viene muy bien a la sutil Xiomara Reyes, secundada por el apuesto Cory Stearns, quienes parecen soñar en un bosque, mientras se enamoran dulcemente. Los deliciosos compases ejecutados por la orquesta en las cuerdas, hechizantes en su totalidad, se deben al inigualable Antonin Dvorak.
No podía faltar en el programa lo que los balletómanos llaman fuegos artificiales (virtuosismo danzario). Otro Pas de Deux, una excitante pieza de George Balanchine (recientemente adquirida por el ABT), tomado de su ballet “Stars and Stripes” (1958) sobre música de John Philip Souza.
Esos menesteres de bravura o virtuosismo, como quieran llamarlos, fueron encomendados a Sarah Lane y Daniil Simkin, quienes regalaron al público saltos y vueltas interminables, que en estos tiempos son el plato preferido del público joven, del que esa anoche había numeroso en el teatro. Hay que añadir que Lane logró la difícil coreografía sin titubeos, mientras Simkin arrebató con sus increíbles elevaciones y giros alucinantes, propios de un trompo.
“Symphony #9”, el estreno de la corta temporada, original de Ratmansky, tiene un comienzo intrigante, cuando la solista principal, Veronika Part, aparece en escena con Roberto Bolle, y coloca una mano sobre la boca del compañero. Si el gesto indica que la obra tiene tema o argumento, la coreografía que trasciende no logra aclarar el misterio inicial. Part luce sus mejores extensiones durante todo el desarrollo de la obra, no obstante Bolle, famoso también por su seductor físico, parece mejor indicado para representaciones donde hay drama que expresar, al aparentar en ésta ser distante y mecánico.
Hay tres solistas adicionales que resaltan por sus interpretaciones: Stella Abrera y Radetsky, en solos y en pareja, y Jared Matthews, este último con importantes variaciones por su cuenta. Los bailes del coro, que son múltiples, bellos y muy variados, siguen la sincopada y rápida música de Shostakovitch con total efectividad, si bien sus poses y rodadas por el suelo, son también dignas de mención por su novedad. Otra de las fascinantes reservas del ballet sucede cuando para finaliza el primer movimiento de la música, Part y Bolle terminan sobre el tablado en total reposo, como si fueran a dormir o esperaran por algo que pueden lograr en su sueño.
Tenga la obra mensaje o no, la coreografía, que en su totalidad es neo-clásica, tiene bellísimos pasajes, y su estreno ha obtenido el triunfo deseado. El vestuario, llamativo y elegante, en colores negro y gris, original de Keso Dekker, ha contribuido igualmente al éxito del ballet. Los vestidos de las bailarinas son sayas amplias que van por debajo de las rodillas, con los hombres en mallas negras y “tops” sin mangas, del mismo color.
“Symphony #9” termina con Matthews, en medio de la escena, haciendo rápidos grand pirouettes, mientras el coro lo rodea en un círculo de constante movimiento, y así, poco a poco, va cayendo la cortina.