El destino quiso que, el mismo día, Florencia viviera dos actos culturales de envergadura. Tras 27 años de restauración, la Puerta del Paraíso de Lorenzo Ghiberti (1378–1455) volvía a lucir todo su esplendor, mientras en el señorial Palacio Strozzi acogía el estreno de “A nima”, fruto de un proceso de creación que comenzó en el Museo Villa Vauban de Luxemburgo el pasado mes de julio. El responsable de este proyecto es Giorgio Mancini (Atessa, Italia, 1964), ex bailarín del Ballet del Siglo XX y del Béjart Ballet de Lausanne y antiguo director del Ballet del Gran Teatro de Ginebra (1995-2003) y del Maggio Musicale Fiorentino (2003-2007). Precisamente, hace apenas un año, el coreógrafo italiano iniciaba una nueva aventura y etapa profesional fundando el GM Ballet Firenze cuya puesta de largo tuvo lugar con el proyecto “Tristán e Isolda” en el mismo recinto florentino.
La creación de “A nima” in situ funcionó como un excelente talismán capaz de atraer no sólo al público propio de la danza sino también a paseantes ocasionales, tanto en su primera fase de gestación en Luxemburgo (16-28 de julio) como en su desarrollo en Florencia (21 de agosto-8 de septiembre). El alcalde luxemburgués Xavier Bettel se adhirió a esta iniciativa con el deseo de que la cultura llegara a más espacios públicos y más ciudadanos. Para el director de la Fundación Palazzo Strozzi, James Bradburne, no cupo la menor duda habida cuenta del éxito que tuvo la experiencia del año anterior.
Seducido por la belleza y sensibilidad de la obra de Frédéric Chopin (1810-1849), Giorgio Mancini se propuso crear la coreografía en función de la emoción que le produjera la obra del músico polaco –“Nocturnos”, “Estudios” y “Preludios”- en el mismo instante de su composición, sin haber escuchado previamente los fragmentos musicales seleccionados. De esta manera, la relación entre la música y lo emocional fue absolutamente directa en el proceso de creación, trasladando a la práctica el lema del GM Ballet Firenze: anima in movimiento, es decir, poner el alma en el movimiento. Para acrecentar aún más la inmediatez y cercanía entre coreografía y música, al piano Andrea Trovato, con pasión y energía, en ocasiones, sutileza y vigor, en otras, desgranaba cada matiz de las composiciones de Chopin.
La coreografía de Mancini huye de un argumento a favor de sublimar al máximo la emotividad del momento. Su danza busca acariciar al espectador como una suave pluma que roza el tacto. Así, despierta la emoción más íntima y recóndita del público, un torrente de sensaciones primarias e internas. El lenguaje coreográfico del creador italiano bebe del clásico más académico emergiendo como un vocabulario netamente neoclásico con sutiles trazas contemporáneas. De la misma manera que el viento agita los juncos, la danza de Mancini es sinuosa, sensitiva y emocional, a la par que transita con suavidad o fortaleza en función de la obra de Chopin que suene en ese mismo instante.
Cuatro fueron los bailarines participantes en el proyecto “A nima”: El veterano Stefano Palmigiano –también presente el año anterior en “Tristán e Isolda”-, quien hizo un alarde de virtuosa técnica y fuerza interpretativa; Aidan Gibson exhibió su seguridad subida a las zapatillas de punta; Marco de Alteriis, puro nervio y energía en la tarima del Palacio Strozzi, y Claudia Phlips, el contrapunto más contemporáneo en el elenco femenino. Mancini alternó las composiciones corales con pasos a dos y tríos. Especialmente interesantes fueron los tríos con Palmigiano-Gibson-Alteriis, exprimiendo al máximo las cualidades clásicas de la bailarina, y por contraposición, el formado por Palmigiano-Phlips-Alteriis, como versión más contemporánea de la interrelación entre tres intérpretes.
Construido entre 1489 y 1538 como demostración del poderío económico de la influyente familia Strozzi y por expreso deseo de Filippo que durante años compró y demolió los edificios aledaños a su residencia para construir el palacio más grande que nunca se hubiera visto en Florencia, el Palacio Strozzi es toda una joya de la arquitectura civil del Renacimiento italiano. Distribuido en tres plantas alrededor de un patio central, este habitáculo podía convertirse en un estudio de danza ideal, tal y como pensó Patrick Lesage, fiel colaborador de Mancini. Por segundo año consecutivo, el recinto se transmutó en una sala de danza y, posteriormente, en escenario.
Tras cinco semanas de creación, el GM Ballet Firenze congregó a 1650 personas para su representación final, cuya duración rozó una hora y que comenzó a media tarde. De esta manera, al llegar el ocaso, la penumbra dotó de una atmósfera de intimidad mayor a esa caricia tan personal que Giorgio Mancini quiso regalar al público luxemburgués y florentino. Los muchos minutos de aplausos han cristalizado en una próxima gira por Italia a principios del próximo año y con la certeza de que Luxemburgo disfrutará en breve del resultado final del proceso creativo iniciado en su tierra con una vocación transfronteriza e integradora gracias a la que la música del polaco Frédéric Chopin se da la mano con la coreografía del italiano Giorgio Mancini para remover las emociones íntimas del público de todo el mundo.
Para más información sobre el GM Ballet Firenze, http://www.gmballet.com