Tres leyendas griegas, que llevan como acompañamiento la música de Igor Stravinsky (1882-1971) y la coreografía de George Balanchine (1904-1983), un binomio como no haya existido otro, han dado comienzo a la temporada otoñal del New York City Ballet (NYCB) en su acostumbrada casa, el teatro Koch del Lincoln Center.
El primer ballet de la noche, “Apollo” (o Apollon Musagéte, como fue llamado originalmente), se estrenó en Francia en 1928, por los Ballets Russes de Diaguileff, especialmente compuesto por Balanchine para la compañía. Dicha obra daría inicio a la fama del gran maestro ruso-georgiano, que iría creciendo a través de los años hasta llegar a alturas insospechadas.
Este “Apolo” de la temporada actual, sufrió un gran recorte hace algún tiempo, hecho por el propio coreógrafo. En la versión original, que varias compañías mantienen en sus repertorios, la obra comenzaba con Leto, madre de Apolo, trayendo al mundo a quien la mitología designara como dios de la música y del sol. Sentada en un catafalco alto, que tiene un espacio al centro, debajo de donde ella está sentada, es donde aparece Apolo en escena, cuando acaba de llegar al mundo, envuelto en tiras largas de tela que dos ninfas tiran de ellas, hasta dejar el cuerpo del recién nacido dios libre de ellas. Apolo comenzaba a moverse dando unos pasos tentativos, y pronto las musas le entregan la lira con la que muestra su predilección por la música. El final también fue cambiado por el coreógrafo, eliminando la escalera por donde Apolo y las tres musas que le enseñaban, subían al Parnaso, hasta encontrar los esplendorosos rayos del sol.
Este “Apolo” actual, comienza con el dios solo en la escena, donde únicamente aparece como escenografía un telón azul de fondo y bambalinas laterales de azul oscuro. Hay una pequeña mesa a un lado del proscenio, con algunos objetos también pequeños sobre ella. El Apolo de la noche fue Chase Finlay, solista de la compañía, muy joven y sumamente atractivo, como lo deben haber soñado los que escribieron la mitología.
Finlay es de cabello rubio, tez muy blanca y muy buena figura. Las tres musas destinadas a enseñarle fueron Terpsícore, musa de la danza, a cargo de la imponderable Maria Kowroski, a quien Apolo entrega una lira; Polimnia, musa de la poesía dramática, le tocó en turno a la juncal y encantadora Teresa Reichlen, quien recibe una careta, y la tercera, Calíope, musa de la poesía lírica, a cargo de la ligera y hechizante Rebecca Krohn, le es entregada una tabla para escribir.
Finlay hizo un magnífico trabajo, si bien el camino a recorrer para llegar a ese nicho especial de los escogidos, no es corto, pero su juventud le permitirá adquirir la experiencia necesaria para llegar a ser pronto una gran figura de la danza clásica, como sus cualidades parecen señalar. El trabajo de las tres musas fue también digno de aplausos, especialmente Kowroski, a quien favorece el joven dios. Ambos logran una armonía total en el difícil Pas de Deux central de la obra. En el final de esta versión arreglada, como no hay escalera para subir al Parnaso, Apolo camina hasta el fondo de la escena, seguido de las tres musas, y allí se preparan a encontrar el hermoso sol que pronto los ilumina. La última pose ha sido arreglada con las musas de pie, detrás de Apolo, con las piernas en arabesques de distintas alturas, hasta formar un bello abanico.
El segundo ballet de la noche, “Orfeo”, es harto conocido, no solamente por su historia, sino por la música excepcionalmente bella de Glück, sobre la cual se han creado varias coreografías. Esta de Balanchine, no dice mucho, a pesar que la música fue hecha por Stravinsky a petición del coreógrafo.
Con extraños decorados y aún más extraño vestuario para los hombres, originales del afamado Isamu Noguchi, hay infinidad de personajes (Furias, Almas en Pena, Bacantes, etc.) junto a los principales, que no aportan mucho al desarrollo de la obra, solo ganar el tiempo necesario para llegar al final. Orfeo, a cargo de Sébastian Marcovici, (quien ya debe estar cerca de su retiro) es un role que demanda más actuación que baile; el de Eurídice, interpretado por Janie Taylor, bailarina de gran técnica y exquisita presencia, injerta algo de brillo en la trama.
El Ángel Oscuro, a cargo de Jonathan Stafford, logra su acometido que solo le exige caminar de un lado a otro de la escena, llevando a Orfeo hasta el Hades en busca de su Euridice, a quien puede rescatar de la muerte, si consigue regresarla al mundo exterior sin mirar su cara. Orfeo, con los ojos cubiertos por un grueso antifaz, trata de llegar a la meta para así recuperarla para siempre, pero Euridice insiste en que él la mire, y en constantes poses que la enredan una y otra vez al cuerpo de Orfeo, logra destaparle los ojos , pero esto causa que cuando él la mira, ella cae muerta instantáneamente a sus pies. Mucho drama para una coreografía que pronto se olvida.
No obstante, el ballet tuvo una gran significación para la compañía, ya que su estreno en 1948, en el City Center de Manhattan, cuando el conjunto era llamado Ballet Society, proporcionó que Morton Baum, presidente ejecutivo entonces del City Center of Music and Drama, ofreciera a Balanchine residencia definitiva en el teatro para su grupo de bailarines, que sería entonces llamado New York City Ballet, y por ende quedaría convertido en la compañía oficial de la ciudad neoyorquina. La oferta fue aceptada, y de ahí, en 1964, Balanchine trasladó a la compañía al recién construido y entonces llamado State Theatre, hoy conocido como Koch Teatre, del conglomerado de Lincoln Center. Pese a los logros conseguidos por “Orfeo” en lejanos días, ya es hora de archivar la obra y dejarla que duerma su sueño eterno. El tiempo ha pasado, y las arrugas que muestra ya no tienen remedio.
Para cerrar la noche, subió a la escena “Agon”, sin ser en realidad una historia mitológica, pero su nombre es atribuido en enciclopedias griegas a la palabra “agonía” o “conflicto”. De ello nació este “Agon” en 1957, con el cual reafirmaba al coreógrafo en su creencia que en la escuela de la danza académica, pueden haber pasos fraccionados y pies sin puntear. No hay decoración para este ballet, solo cortinas, ni tampoco trajes llamativos. Son simples túnicas cortas negras para las bailarinas, con los hombres vistiendo sencillas camisetas blancas y mallas negras.
Kowroski apareció de nuevo en el role principal, esta vez junto a Amar Ramasar, con el que interpreta un Pas de Deux con pasos sorprendentes, que también parece sorprender al compañero, cuando ella enrosca repentinamente su pierna en attitude, alrededor del cuello de Ramasar, terminando en un profundo arabesque penchée. Aquí la música también termina sorpresivamente, dejando al público por unos instantes en total silencio, que rompe después estruendosamente con aplausos favorables.
Sin duda alguna, la función resultó una noche mitológica muy interesante, con inesperadas altas y bajas, en un programa que lleva las rúbricas de dos importantes personajes en la historia de la música y el ballet.
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