Al ingresar al vastísimo coliseo de las Termas erigidas hace siglos por temible emperador Caracalla en la Ciudad Eterna –privilegiado sitio patrimonial escogido hace más de una década por el Teatro dell Opera di Roma para producir sus espectáculos de ópera y danza durante la temporada veraniega–, solamente había, como parte de la escenografía, dos cabañas, a ambos lados del escenario. Blancas, de madera en filigranas y de talla reducida. En lugar del bosque: las inmensas ruinas de las termas, con una impresionante iluminación, en el primer acto (que fue superior en el segundo). Esto remitía inexorablemente, al teatro clásico japonés.
La influencia minimalista en boga hizo sus estragos en la claridad de la dramaturgia, si bien es una historia archiconocida, ciertos neófitos entre la multicultural audiencia de más de cinco mil personas tendrían que recurrir al lujoso y abundante en información programa de mano.
La eliminación de los decorados de la versión de 2008, de Anna Ani, la gran diseñadora fallecida en julio de 2011, se hizo notar. Aunque afortunadamente han mantenido los exquisitos figurines del vestuario, con sello tan elogiado por el famoso diseñador Piero Tosi (de los filmes “Senso” y “El gatopardo”): el suyo es un “estilo poético”. Fue una diseñadora–poeta, apunta Tosi en el programa de mano.
En el segundo acto, con solamente una enorme cruz blanca presidiendo la escena, contó con el soberbio efecto de luces diseñado sobre las elevadas ruinas de las Termas, recreando la ajustada lúgubre atmósfera para las consabidas maniobras de las wilis.
Además de lo apuntado, esa noche resultó memorable por otros motivos que remiten al baile. Los protagonistas fueron encarnados por dos jóvenes estrellas del Ballet de San Petersburgo, Olesya Novikova y Leonid Sarafanov, con una entrega que satisfizo tanto por su virtuosismo en el desempeño técnico como en el histriónico. Con el mérito añadido de que supieron del lugar donde bailarían al llegar la víspera a las Termas, y el hecho de bailar en público sin previo ensayo con la orquesta sinfónica de la Ópera de Roma, bajo la excelente y consecuente batuta del inglés David Garforth.
Svetlana Zakharova, junto con bailarín alemán Friedeman Vogel, fueron los invitados para abrir la temporada de Giselles en las Termas y también quienes debutaron en la noche de apertura.
Los solistas y el cuerpo de baile del Ballet de la Ópera de Roma, que dirige hace varios años Micha van Hoecke (que fuera discípulo de Olga Preobrayenskaya), se mostraron afiatados, aunque no siempre involucrados dramáticamente, en ambos actos. En especial fue feliz la labor femenina en las diagonales de las wilis por su corrección y precisión, a pesar de los reajustes escénicos y del coro a los que se vio obligado el “grand maitre de ballet’’ de la Ópera de París, Patrice Bart.