El único bailarín italiano en varias generaciones que ha alcanzado la proyección mediática global de sus precedentes y paradigmáticos Rudolf Nureyev y Mijail Baryshnikov –como el mismo ha confesado–, es sin duda Roberto Bolle, este carismático joven de 31 años, nacido de humilde cuna en el Casale Monferrato.
Bolle se ha ”esculpido”, con esfuerzos denodados, un cuerpo escultórico de adonis clásico con brazos y manos “leonardescos”. Según noticias conseguidas por colegas italianos, se recupera ya de un lamentable accidente el pasado año. En esta ocasión, el virtuosismo de las obras de Petipa fue reemplazado, razonablemente, y sin desmedro de una notable técnica conseguida con un encarnizado trabajo cotidiano desde sus primeros años juveniles en la Escuela de ballet de La Scala de Milán.
En las obras que ha elegido bailar en las Termas de Caracalla, Italia, Bolle optó por piezas donde realiza un empleo inteligente y una adaptación de su energía e histrionismo. Criterio aplicado en toda una gira de verano por grandes escenarios al aire libre por la geografía itálica. Y en cada una de esas presentaciones convence por la vehemencia de su transmisión.
Tal es el caso aquí, tras el retorno triunfal de NYC, bailó como “principal” del ABT, de presentarse con “Who Cares?”, de Georges Balanchine, sobre las populares y exquisitas canciones de George Gershwin, y luego, al final, como protagonista de “El joven y la muerte”, icónico ballet del “novecento” de su admirado Roland Petit con música de Bach.
Siguiendo la fórmula de “Bolle and his Friends”, ha producido un programa diverso en tres partes, donde solistas de mayor o menor rango, de diversos rincones del planeta se desempeñaron con pertinencia en la danza contemporánea, con formación y empleo de la técnica “d´école”.
Por supuesto, Bolle supo escoger las coreografías de algunos de los más prominentes creadores del siglo XX que le entusiasman por su belleza estética y sus audacias. Abrió con la mencionada obra de Balanchine, con la participación de tres solistas jóvenes del Ballet de Toulouse, todas de origen latino y de nacionalidades diferentes, aunque ninguna se ajustó al ideal femenino de Mr. B. Y decidió cerrar el programa con la conocida pieza del recién desaparecido Petit, esta vez con una jovencísima bailarina china, Jia Zang. Exquisita, toda de amarillo en el gélido y enigmático papel de La Muerte. Bolle encarnó sobriamente un rol que puede desbordar sus límites trágicos, siempre un riesgo ante los referentes de sus previos célebres intérpretes.
En la segunda parte, fueron incluidos dos duetos de excelente factura, de los afamados coreógrafos Jirí Kylián y John Cranko. Del primero, con música electroacústica de Dirk Haubrich, disfrutamos la obra “27´57”, donde los bailarines checos Natacha Novotná y Vaclav Kunech con electrizante perfección corporal exploran las sensibles especulaciones espacio-temporales.
En el pas de deux de Cranko, “Aus Holbergs Zeit” –su segunda creación coreográfica–, es una rareza escogida por dos laureados jóvenes primeros bailarines del Ballet de Stuttgart: la española Alicia Amatriain (San Sebastián) y el inglés Alexander Jones (Essex). Sobre hermosas melodías nórdicas del noruego Edward Grieg, que entregaron con elegancia y virtuosismo enfundados en originales figurines en colores “dégradées”.
Las ovaciones de los más de seis mil espectadores obligaron a los artistas a saludar varias veces, pero Bolle, en solitario tuvo que salir más de seis veces, obligado por el griterío de su fanaticada femenil.
La prensa italiana califica la acción de Bolle para popularizar el ballet en su país y globalmente como algo comparado a los “concertazos” de los tres tenores, con respecto al arte lírico operístico. Pero su divismo no hace mella en su modestia artística y personal. El equipo promotor del Teatro dell’ Ópera di Roma se anota un triunfo más este verano romano.