Tuvieron que pasar casi 20 años para que el Ballet de la Ópera de París volviera a pisar el escenario del Kennedy Center de Washington, DC. Y valió la pena tanta espera. La compañía, cuya historia se remonta a la época de Luis XIV, trajo uno de los grandes clásicos del repertorio del ballet romántico y una pieza clave para cualquier intérprete: “Giselle”. Esta obra, tan esencial, no solo se amalgama con una historia que, más allá del tiempo y de sus toques fantásticos o míticos, deja translucir una mirada social y psicológica que no pierde vigencia a pesar de los años.
Exquisita, delicada y bella, la puesta de la compañía francesa dirigida por Brigitte Lefèvrer es una muestra de perfección desde todos los puntos de vista, y especialmente en cuanto a la pureza del estilo, el trabajo de los brazos y los torsos. Estrenada en 1841 por el Ballet de la Ópera de París con coreografía de Jean Coralli y Jules Perrot, la obra, que tuvo una revisión en 1887 por Marius Petipa, adaptada luego en 1991 por Patrice Bart y Eugène Polyakov, lleva más de 760 representaciones.
El diseño de escena y el vestuario de uno de los grandes pintores y diseñadores rusos, Alexandre Benois, en 1924, fue la conjunción perfecta para pintar esta aldea del Rhin en la que una campesina se enamora de un noble, sin saberlo, y luego descubre su traición. Benois, sabio en diseños de ballet, rescata la simplicidad, sin excentricidades.
En este triángulo amoroso en el que Hilarion, el guardabosques enamorado de Giselle, es el que desencadena la tragedia en la que se descubre que Albrecht es un noble comprometido con otra mujer, hasta los mínimos roles adquieren presencia y protagonismo. La exuberante energía de la compañía no decae durante el primer acto y se reafirma el refinamiento del grupo femenino en el segundo acto. Un cuerpo de baile impecable, que en el acto blanco llegó a su punto máximo en la escena en la que las Willis, en arabesque, se desplazan en el bosque con una perfección pocas veces vista.
El nivel de excelencia y la familiaridad con el estilo del romanticismo, tanto en el movimiento de los brazos, con una suavidad y delicadeza especial, así como la posición del torso y la colocación de las puntas, solo provocan un estado de éxtasis que el espectador casi no atina a aplaudir.
Aurelie Dupont, como Giselle, fue un fiel retrato del romanticismo de la época. Magníficos pies, ligeros y suaves; brazos delicados que en ningún momento rompieron el estilo, y un torso perfectamente colocado. Dupont, tanto en el primer acto, en el que fue esa inocente campesina enamorada que enloquece y muere al descubrir el engaño de su amado, se convirtió en una Willis etérea, al punto que parecía no tocar el suelo. Su virtuosismo desafía la gravedad permanentemente.
Mathieu Ganio, fue un Albrecht que logró mostrar su frescura, su remordimiento y su desasosiego con naturalidad y un excelente nivel de danza. Conmovedor en su amor por Giselle y en su dolor ante la ausencia. Buenos saltos, firmeza en cada secuencia, y gran musicalidad se suman a su cualidades de buen partenaire.
En el primer acto, Ganio y Dupont logran un pas de deux impecable, signado por las sutilezas y la perfección. Y en el segundo, esa perfección llega a su punto máximo. Él en el mundo real de su propia ensoñación, y ella, convertida en una Willis, ese ser sobrenatural que a pesar de la traición, lo salva por amor. Ambos logran una escena conmovedora en la que la danza se funde con una profunda interpretación que surge desde el alma.
Hilarion, interpretado por Christophe Duquenne, tiene momentos de gran intensidad dramática y se destaca especialmente en el acto blanco cuando es condenado por las Willis por su egoísmo. Un bailarín sólido, con buenos saltos y presencia escénica. A su vez, Marie-Agnes Gillot, hizo un impecable trabajo como Myrtha, la reina de las Willis.
En esta “Giselle”, la compañía, con una solidez indiscutible, recupera esos aspectos de la danza que se fueron perdiendo en pos del atletismo y las acrobacias, y permite que el espectador se encuentre con la danza. Esa en la que el bailarín es, fundamentalmente, un artista y no un repetidor de pasos con velocidad superlativa. Quizás sea necesario volver a las fuentes para recuperar aquella danza.
Tuve el privilegio de presenciar la producción de Giselle el ballet por la Opera de Paris en Washington DC. Me pareció de lo mejor que he visto en los ultimo 20 años. He visto versiones por diferentes compañias del mundo pero ni punto de comparacion