Para la penúltima semana de su temporada de primavera-verano, el afamado American Ballet Theatre (ABT), bajo la dirección de Kevin McKenzie, trajo a la escena el no menos famoso “El lago de los cisnes”, versión de McKenzie –que data del año 2000–, sobre la coreografía original de Petipa e Ivanov, y la subyugadora música de Tchaikowsky. Aprovechando la coyuntura, Ángel Corella (36), bailarín principal de la compañía, muy querido del público neoyorquino, decidió, con el rol de Sigfrido, terminar su carrera con la compañía, después de llevar 17 años en ella.
Los problemas surgidos en su compañía (antes llamada de Castilla y León, y ahora con el título de Barcelona Ballet) admitidos en declaraciones hechas a la prensa local de Cataluña por el propio Corella, parecen ser la causa mayor para esta decisión. Una pena enorme, no hay duda, especialmente después de haber recibido a través de los años, múltiples ovaciones del público de Nueva York, amén de buenas críticas durante todas sus actuaciones con el ABT, y especialmente en esta última, su despedida.
Abandonar la capital del mundo de la danza, y una compañía de la importtancia de ABT, podría considerarse un grave error. Por otra parte, sacrificar su carrera de bailarín por dirigir una compañía, teniendo aún por delante varios años como primera figura, igualmente que crear un conjunto de ballet en la pecaria situación económica que embarga al mundo, merece el mismo calificativo. Pero es su decisión y sobran más comentarios.
“El Lago de los Cisnes”, ha comprobado repetidamente ser el ballet preferido del público. En esta ocasión, Odette, reina de los cisnes, y Odile, su doble personalidad, recayó en Paloma Herrera, primera figura de la compañía también desde hace varios años. Herrera y Corella hicieron juntos su debut como primeros bailarines, más de 15 años con “Don Quijote”, y desde entonces se convirtieron, juntos, en una de las duplas más famosas. Ambos bailarines tienen una larga historia juntos ya que fueron unos de los primeros hispanos que entraron a la compañía, y casi en la misma época.
Herrera es una bailarina que nunca desilusiona al público. Su técnica es segura y clara, además de poseer una musicalidad superior, unida a exquisita fluidez (ah… es0s sutiles aleteos de los brazos como si fueran las alas del cisne…) . Esa noche “se creció”, si cabe, y como la trágica Odette, subió vario escalones en su perfección, no solo técnicamente, sino en su interpretación dramática, que llevó consigo esta vez una sutil dosis de tragedia.
El rol de Sigfrido no da grandes oportunidades de lucimiento al bailarín, a excepción de la coda del famoso Pas de Deux de El Cisne Negro. A través de la obra se reduce a ser un buen compañero, nada más, aunque en esta versión, hay algunos solos de menor envergadura que el bailarín sabe aprovechar. Pero ante esta elección, muchos expertos se preguntaron: ¿Por qué no fue el Ali del “Corsario”, o el Basilio de “Don Quijote” el rol escogido para decir adiós a Nueva York? La respuesta quedó en el aire.
Corella, quizás emocionado por las circunstancias, no pareció prestarle mucha atención al rol. Como siempre, fue un magnífico partenaire, y sus variaciones estuvieron bien logradas, sin embargo, restaban la brillantez a la que el público está acostumbrado. No obstante, todas sus interpretaciones fueron aplaudidas delirantemente, no importaba si el momento era el oportuno. El numerosísimo público había ido a despedirlo y a demostrarle su ferviente aprobación. De esto no quedó duda alguna.
Respecto al resto del reparto, en el Pas de Trois del primer acto, Hee Seo se destacó junto a Melanie Hamrick y Gennadi Saveliev, que completaban el agradable grupo. Seo tiene magníficas piernas, alargadas y muy bien entrenadas, igual que seguridad en sus giros. Saveliev regaló varios assemblés dobles en l´air, con terminaciones cerradas y correctas.
En el tercer acto, la variación de Jared Matthews, convertido en el elegante y maligno mago von Rothbart, merece una mención especial por la elegancia, a la vez que mala intención que llevaba. La creación de McKenzie en su versión de “Lago”, al convertir al maligno von Roth en dos personajes, un monstruoso animal con alas –a cargo de Vitali Krauchenska–, que se torna en el elegante caballero que lleva a Odile al baile de palacio, es uno de los mejores cambios añadidos a la obra.
El coro de cisnes, como siempre, tuvo una cohesión magnífica en sus movimientos, además de sus bailes, siempre muy bien logrados, entre los que brilla el famoso Pas de Quatre, donde los pasos siguen exactamente el ritmo de la música.
La orquesta, bajo la dirección de Charles Barker, sonó mejor que nunca, especialmente en esas primeras notas del arpa y el oboe, que son como el maravillosa tema de la obra de Pyotr I. Tchaikowsky, genio como no ha habido otro, para la música de ballet.
El final, como todas las despedidas, fue casi apoteósico. El primer ramo de flores depositado a los pies de Corella fue el bouquet que momentos antes le había sido entregado a Herrera. Después se centuplicaron las flores, que sus compañeros y amigos traían, invadiendo la escena para abrazar al bailarín madrileño y depositar ramos a sus pies. Muchas flores más fueron arrojadas por sus admiradores a la escena, desde las primeras filas de las lunetas.
En resumen, una noche de triste significado, pero de gran amor que podía sentirse entre las amplias paredes del estupendo recinto Metropolitano.