Al fin sucedió: El Koch Theater del Lincoln Center, ya en vísperas de sus habituales temporadas primaverales, ha abierto sus puertas para que un nuevo inquilino aparezca en su amplio escenario (que merecía hacerlo desde hace mucho tiempo): Paul Taylor Dance Company.
Por casi tres semanas, la aplaudida compañía fundada por Paul Taylor en 1954 –cuando todavía pertenecía al conjunto de Martha Graham–, ocupó el teatro, presentando tres estrenos y 22 obras de su repertorio anterior, entre las 136 que ha compuesto a través de los años. Después de su labor con Graham (según las notas del programa), Taylor fue invitado por el propio Balanchine a formar parte del New York City Ballet (NYCB), posición en la que permaneció durante ocho años, y al retirarse como bailarín, se dedicó por completo a hacer coreografías, la profesión que más le interesaba.
En diferentes épocas, sus obras han ido marcando caminos que incluyen distintas situaciones; motivos lúgubres. igual que simpáticas burlas, o creaciones de carácter social que nunca antes se habían presentado libremente en escena. Toda esa nueva inventiva del coreógrafo abrió camino a otros que han intentado o intentan aún seguir esas pautas. Resumiendo: Taylor es, aún a sus 82 años, un icono en el mundo de la danza, quien continúa creando nuevas obras que él mismo monta, y que quedarán en la historia como inapreciables tesoros de la danza moderna.
La primera obra del programa, “Brandenburgs”, usando algunas composiciones del grandioso Bach, data de 1988, y esa noche llevó de acompañamiento (como sucedió durante toda la temporada) una grabación electrónica. Cuando la cortina se abre, aparecen en escena los cinco hombres que forman el coro, Robert Kleinendorst, James Samson, Sean Mahoney, Jeffrey Smith y Michael Apuzzo, todos descalzos y vestidos con trajes negros de una sola pieza, pantalones anchos al final de la pierna, bajo la rodilla, así como tirantes que dejan ver los hombros al desnudo, creaciones de Santo Loquasto.
En el centro del grupo está la figura apolínea del solista principal, Michael Trusnovec, tan atractivo en su apariencia como en su interpretación. Las tres mujeres que luego se les unen, para interpretar solos, dúos o tríos, Amy Young, Eran Brugge y Laura Halzack, van también descalzas. La moderna coreografía es atractiva, cambiando de poses o interpolando saltos, tan inesperados como seductores arabesques.
No hay tema en la obra, si bien puede notarse algún tipo de flirteo entre las bailarinas con Trusnovec, pero éste, ajeno a las leves insinuaciones, prosigue su camino. El final, con todos los intérpretes en escena, es alegre y de danza ligera, por más que termina en una pose muy clásica, con Trusnovec al centro, con los demás bailarines formando distintos ruedos en su derredor.
“Gossamer Gallants”, estreno de la temporada, sobre música de Smetana tomada de “The Bartered Bride” (La novia vendida), es sumamente divertida, llegando a lo cómico. El público se divirtió a sus anchas, con estruendosas carcajadas por parte de algunos. Según una analogía de Herman Melville, “El resplandor nocturno de las luciérnagas tienen como propósito principal, atraer al sexo opuesto… algún insecto Héroe puede mostrar enamoramiento a su fina telaraña”, incita la imaginación de Taylor a crear esta pieza, donde siete bailarines, vistiendo leotards oscuros con brillo, que llevan alas en la espalda, y graciosos turbantes en la cabeza con pequeñas antenas, aparecen en la escena moviendo las manos bajo la barbilla, con los dedos apuntando amenazantes hacia fuera, mientras se mueven de un lado a otro de la escena, hasta que desaparecen por los laterales. Luego entran cuatro bailarinas, con seductoras mallas verdes, con las susodichas alas en la espalda, y las consabidas gorras de antenas, también originales de Loquasto, así como la escenografía, e igualmente, una apropiada iluminación a cargo de Jennifer Tipton. Estas insinuantes libélulas, parecen propuestas a conquistar a los abejorros, o aceptar sus proposiciones amorosas, para luego poder dominarlos.
EL programa terminó con un trabajo sobre música de Piazzola y Jerry Peterburshsky, que toma la idea expresada por Pablo Neruda, en uno de sus pensamientos que explica “la defectuosa confusión de los seres humanos”, y Taylor convirtiéndola en baile, crea en ella una atmósfera lúgubre y pecaminosa, donde hay intercambios de parejas, con el sexo dominando la escena. Las más relevantes interpretaciones fueron logradas por el trío que ejecuta Concierto para Quinteto, formado por Parisa Khodeh, Bugge y Kleinendorst, y el cuarteto que baila Celos, que incluye una bailarina, Michelle Fleet, junto a tres hombres, Trusnovec, Apuzzo y Smith.
En medio de los aplausos finales que parecían no terminarse, apareció en la escena, ante la compañía, la figura respetada y querida de Taylor, que fue ovacionado por todos los asistentes, puestos en pie unánimemente, como si un resorte los hubiera empujado a hacerlo.