Crítica del espectáculo. Haz clic aquí.
Cumplir veinticinco años para una compañía de danza contemporánea –en tiempos de crisis económicas cíclicas–, es realmente una proeza. Y si a esto se le agregan las circunstancias particulares que concurren en la Cuba de hoy, y de los tiempos posteriores al 1987 (fecha de nacimiento de Retazos) denominados popularmente “del período especial”, la proeza se multiplica aún más.
Fue por aquellos años en que la joven bailarina (de formación clásica) y coreógrafa, ecuatoriana de origen, Isabel Bustos, de retorno de sus estudios superiores en La Sorbona de París y después de una labor práctica en compañías de Ecuador y Cuba, decidió plantar raíces en la mayor de las islas del Caribe. Y fundó su propia compañía de danza. Para este empeño se benefició, primero, con el apoyo del ministerio cubano de cultura y su Consejo de las Artes Escénicas y, ulteriormente con el de la Oficina del Historiador de la Ciudad, quien le concedió un recién restaurado local en el Centro Histórico de la Habana Vieja. Un logro que surgió a partir de la presentación y ejecución de un proyecto cultural comunitario local, que incluye cursos de danzas y de artes visuales para niños y jóvenes, así como la organización anual de un festival internacional de Danza en Paisajes Urbanos-La Habana Vieja en Movimiento junto con unas enriquecedores jornadas de Vídeo-Danza, que involucra en siete días a miles de vecinos y visitantes de todo el mundo.
Si se tiene en cuenta que Retazos es una compañía de autor –un modelo es lo sucedido con Nacho Duato y la compañía que fundó en Madrid–, donde todas las obras de su repertorio provienen de una misma autoría creativa, en ella se aprecia la tendencia a la reiteración o redundancia en los códigos. Sin embargo ello se esquiva –en mayor o menor grado– con la variedad aportada por los temas argumentales, la selecciones musicales, o las puestas en escena con el mínimo de recursos técnicos a mano.
Por ende, es titánico para el mismo creador evitar, en cada estreno, las referencias y las monotonías, sin caer en los snobismos o las modas al uso, ya sea por excesos en la teatralidad, la astracanada o lo grotesco, o en la agresividad oral o visual; con violentas caídas o recuperaciones corporales.
En el caso de las propuestas de Bustos, ha sido intencional que su escritura coreográfica y sus diseños espaciales la identifiquen y no la califiquen de un remedo de los modelos vanguardistas que pululan en la escena internacional: aplicaciones de las altas tecnologías con desmedro del cuerpo humano, en suma, el bailarín.
La obra de Isabel Bustos puede ser analizada desde diferentes pivotes, en tanto que poliédrica, pues exhibe una exacta construcción en cada danza en términos del desarrollo del tiempo, al igual que otorga importancia en la construcción de cada movimiento, el cual parece quedar fijada en el espacio a la manera de una instantánea fotográfica. Aunque el contenido a veces es de gran densidad conceptual, las formas son simples a la vista de un espectador lego, pero un observador avisado reconocerá la trascendencia de sus danzas.