Esos seres mágicos, un tanto misteriosos, encantadores, capaces de conmover lo más profundo del alma, se instalaron en el Lansburgh Theatre de DC, en el primer festival de títeres dedicado al joven y talentoso titiritero Basil Twist, que dura hasta el 6 de mayo. “Petrushka”, un clásico del ballet, pasó por las manos de Twist y se convirtió en un clásico de títeres.
Como por arte de magia, Twist, transformó a estos muñecos que el coreógrafo Michel Fokine llevó al ballet con música de Ígor Stravinski, en personajes de un mundo real en el imaginario titiritero. La obra, original para ballet, con libreto de Stravinski y Alexandre Benois, y decorados y vestuario también de Benois, se estrenó en 1911 en el Théâtre du Chatelet de París, Francia, por los Ballets Rusos de Sergei Diágilev. Por entonces, los personajes estuvieron encarnados por otro de los grandes magos de la escena, Vátslav Nijinski, que asumió el rol del títere Petrushka; Tamara Karsavina fue la Bailarina; Alexandre Orlov, el Moro y Enrico Cecchetti, el Mago.
En la historia original, Petrushka es una marioneta de paja y aserrín, un muñeco tradicional ruso que cobra vida y desarrolla la capacidad de sentir. Entre los tres personajes principales, que en la puesta de Twist son los únicos que tienen formas humanas, surge un intrincado triángulo amoroso que termina en un drama pasional.
Para comenzar, Twist hace un desfile de habilidades titiriteras que permiten jugar con la imaginación a través de un grupo de módulos semejantes a listones de madera capaces de girar, volar y hacer malabarismos por los aires. Cada una de estas imágenes visuales creadas por esos seres ocultos, vestidos de negro, se van convirtiendo en pequeños mundos animados que dan paso a la segunda parte, la historia de Petrushka y su amor apasionado por la bailarina de ese circo de marionetas animadas.
Twist supo pintar una pequeña aldea de San Petersburgo, donde se desarrolla la tragedia, con enternecedores animales domésticos, edificios que se parecen a una casita de dulces y una orquesta de instrumentos movida por las técnicas de teatro negro.
Nueve titiriteros son los artífices de esta “Petrushka” de Twist que no se priva de un asombroso despliegue de pirotecnia “balletística” y de destrezas físicas que, sin duda, superan las posibilidades humanas, tal como lo hacen los mismos titiriteros que manejan estos tres bellos muñecos.
Sin duda, Christopher Williams, bailarín y coreógrafo, hizo su aporte para que estos muñecos, y especialmente la bailarina, lograra asombrosos grand jetes, battements, pirouettes, y hasta un delicado movimiento de brazos.
Cada uno con sus características particulares, Petrushka con su ternura, la bailarina con su belleza y sus movimientos etéreos y el moro, al que Twist le incluyó luces en sus ojos para darle un toque más siniestro y agresivo, van capturando al público con su personalidad. Si, personalidad. Una personalidad casi humana, lograda por esos magos que están detrás de la escena, por esos titiriteros poseídos por esos muñecos.
Stravinsky sonó a dos pianos bajo la sutil interpretación de Julia e Irina Elkina, sobre una adaptación de la versión de “Petrushka” de 1947. En el primer segmento, las hermanas, mellizas o gemelas, abordaron con destreza y refinamiento la “Sonata para dos pianos” del compositor ruso.
Más allá de la admiración y el deleite, lo que Twist y su magnífica troupe lograron con esta “Petrushka”, es tocar en lo profundo del corazón a través de estos personajes entrañables, delicados, capaces de hablar con sus cuerpos y de contar una historia conmovedora, plena de una infinita belleza.