En un día como todos, en la calle, en la casa, en el mercado o en la escuela de una ciudad en la que todos están ocupados en sus propias tareas, algo diferente rompe la monotonía del ir y venir diario. Un niño con alas llega a la escuela. Ikarus Jackson es un raro espécimen que provoca el hazmerreír de sus compañeros de clase, y la incomprensión de su maestro y de la gente del barrio. “The Wings of Ikarus Jackson”, que se presenta en el Kennedy Center hasta el 23 de febrero en el Family Theater, es una obra de danza-teatro con características de musical enfocada en los niños, y también en los grandes.
La obra, adaptada por Jerome Hairston, es una producción basada en el libro “Wings” del autor e ilustrador Christopher Myers. Plantada sobre una escenografía atractiva, de Meghan Raham, está construida sobre coloridos módulos donde se inserta una pantalla que se corre y se descorre según lo requiere la trama. A través de esa pantalla, que parece parte del diseño de la ciudad, Raham, por un simple mecanismo de video hace jugar la imaginación simulando el vuelo del niño sobre la ciudad.
“The Wings…” es una obra dinámica desde todo punto de vista. Tanto en su contenido, que toca diferentes tópicos sobre la condición humana, hasta su concepción escénica.
La coreografía y la dirección, a cargo de Devanand Janki, y la música es de R. MacKenzie Lewis, hacen que esta obra, que se asemeja a una versión moderna del mito griego de Ícaro, deje translucir las formas de aceptar la diversidad.
Los bailarines-actores hacen un excelente trabajo, y cumplen diferentes roles. Andreu Honeycutt encarna un conmovedor Ikarus y logra un atractivo desplazamiento corporal, al igual que Lynette Rathnam como Cris, la única compañerita que alcanza a comprenderlo y a respetarlo tal como es: un niño con alas, capaz de volar y de ver las cosas de manera diferente.
El elenco, que incluye a Neville Braithwaite como Big-Up; Felicia Curry, como Shorty, S. Lewis Feemster, como Bigger-Up, y a Mark Hairston, en su doble rol de padre de Cris y oficial de policía, muestran una gran ductilidad para enfocar personalidades disímiles y para abordar una coreografía simple, pero con gran dinamismo.
El vestuario, también de Raham, es sencillo, casi de calle, y se adapta perfectamente a estos personajes que intentan, con dificultad, entender a ese niño que tiene alas, muy a su pesar. La obra, apuntalada con acierto por una atractiva e inteligente iluminación, diseñada por Dan Covey, mantiene alerta tanto al público pequeño como al adulto.
De esta forma se convierte en un regocijo ante tanto colorido, tanta información emocional y tanta energía corporal puesta al servicio del mensaje que intenta transmitir “The Wings…”. Bella fábula que le guiña un ojo a la intolerancia, a la falta de respeto, y a la necesidad de que cada uno pueda aceptarse y ser aceptado con sus defectos y virtudes.