Después de un programa mixto que no mostró lo mejor del American Ballet Theatre (ABT), la compañía dirigida por Kevin McKenzie subió a escena en el Kennedy Center de DC la versión de Natalia Makarova de “La bayadera”, una de las obras fundamentales del repertorio clásico. Tres elencos distintos asumieron los roles principales de esta historia de amor, traición, arrepentimiento y venganza. El 2 y el 4 de febrero (noche), Veronica Part, Marcelo Gomes y Stella Abrera, fueron los protagonistas, y el 3 y 5 de febrero, Paloma Herrera, Cory Stearns y Simone Messmer, y el 4 de febrero matiné, Hee Seo, Vadim Muntagirov e Isabella Boylston.
En 1974 Makarova montó para el ABT “El reino de las sombras”, parte clave es esta obra estrenada por primera vez por el Ballet Bolshoi en 1877. Luego, en 1980 montó la versión completa sobre la coreografía original de Marius Petipa, basada en la de Ponomarev/Chabukiani, que ella había bailado cuando estaba en el entonces Kirov Ballet (hoy Mariinsky).
La música de “La bayadera”, de Ludwig Minkus con arreglos de John Lanchbery, es una interesante partitura, que en esta oportunidad fue ejecutada por la Kennedy Center Opera House Orchestra, dirigida por Ormsby Wilkins. La orquesta sonó ajustada, limpia y plena en matices.
Makarova hizo algunos cambios en su versión, sin desviarse de la original. Pero sin embargo acortó su duración –que originalmente sobrepasaba las tres horas–, especialmente el Acto II y omitió el “Grand divertissement”, entre otros.
La historia está situada en las Indias. Solor, interpretado por Cory Stearns en la noche del 4 de febrero, está enamorado de Nikiya (Paloma Herrera), bayadera del templo, amada a su vez por el Gran Brahman. Solor y Nikiya se prometen amor eterno sobre el fuego del templo. Pero en un arranque de furia y celos el Gran Braham invoca la ira de los dioses como venganza.
Entretanto, el Rajah, en recompensa al valor del guerrero le ofrece la mano de su hija Gamzatti (Simone Messmer), por quien queda al instante deslumbrado a pesar de su juramento a Nikiya. Así comienzan los festejos previos a la boda con la llegada del Gran Brahman que revela al padre de la prometida el pacto entre el guerrero y la joven bayadera.
Gamzatti, trata de persuadir en vano a Nikiya que abandone a Solor a cambio de lujosas y alhajas. Ella no acepta y en un arrebato de desesperación intenta herir a la princesa, quien se promete tomar venganza.
Cuando se realizan las celebraciones en honor al casamiento, Nikiya debe danzar ante Solor y Gamzatti, y durante su actuación le entregan una cesta de flores en la que estaba oculta una serpiente que muerde mortalmente a la bailarina. Solor queda destruido y tiene visiones en las que Nikiya se le aparece desde el reino de las sombras. Finalmente, en el momento de la ceremonia de bodas, la venganza de los dioses cae sobre el templo. Nikiya y Solor vuelven a estar juntos en la eternidad.
En esta trama, apasionada y apasionante, Paloma Herrera compuso una entrañable y conmovedora Nikiya en el primer acto; encontró la ira y la desesperación en la segunda escena del este primer acto, en la que Gamzatti intenta sobornarla con lujos, y luego, después de su muerte, se convierte en un espectro etéreo y desolado en el Reino de las Sombras. Herrera, cuya técnica es absolutamente impecable, mantuvo la permanente solidez de sus piernas y unos brazos delicados, sugerentes y expresivos.
En cambio Messmer, la contrafigura, mostró una exagerada adustez en la composición de su personaje a través de un estereotipo del odio en su rostro y en su gestualidad corporal. Con brazos de una extrema rigidez –algo que deberá trabajar en el futuro inmediato–, piernas sólidas y dificultades en los equilibrios sostenidos, Messmer mostró que aun le falta pulir muchos detalles técnicos como para estar a la altura de una primera bailarina de esta compañía. Y justamente, al lado de Herrera, el abismo se hizo más marcado.
Stearns, como Solor, tuvo momentos interesantes desde el punto de vista técnico. Preciso, con buenos saltos y sólidas puntas, es un buen partenaire, aunque aun le falta afianzarse más en su rol de primer bailarín que desde 2011 está todavía estrenando. Stearns compuso un Solor sobrio, sin apasionamientos, ni desconsuelo ante la muerte de su amada. Quizás este papel amerita dejar salir al actor.
La compañía se mostró sólida y dinámica en las danzas grupales y fundamentalmente en la escena clave de esta obra, en el Reino de las Sombras en la que 32 bailarinas, en arabesque, van entrando a escena para luego dar lugar al pas de deux de Solor y Nikiya.
Arron Scott, como Magdaveya, el fakir que intenta salvar el amor de Solor y Nikiya, hizo un deslumbrante despliegue técnico, vibrantes saltos y giros asombrosamente veloces. Por su parte Craig Saltein, en su rol de Ídolo de Bronce, como llamó Makarova al original Ídolo de Oro, mostró su destreza con sus grand jetés y sus saltos en ese endiablado templo donde Solor encuentra la eternidad junto a Nikiya.