Es difícil imaginar una conjunción entre la música clásica y el circo. Sin embargo, muchas veces, y a suerte de Perogrullo, la realidad supera la imaginación. Cirque de la Symphonie, que llegó apenas por tres días al Concert Hall del Kennedy Center de DC, logró confirmar que esa fusión es posible. ¡Y de qué manera!
Casi como un shock de belleza y talento, luego de una brillante apertura instrumental con el “Carnival Overture, Op. 92” de Anton Dvorak, Janice Martin logró cautivar y extasiar con su brillante número aéreo. Colgada de una cuerda, y arrebatándole una sonrisa a la ley de gravedad, logró tocar a la perfección los solos del Allegro, del Invierno, de “Las cuatro estaciones” de Vivaldi. Con un pequeño violín adosado a su hombro, la violinista, cantante, pianista y también trapecista, dejó un público cautivado y azorado ante tanta perfección, que no parecía real.
Pero para confirmar que esta troupe tiene los pies en la tierra, Vladimir Tsarkov, llegó con sus malabares, al compás de “Danse boheme”, de “Carmen”, de Georges Bizet. Gracioso, tierno, y preciso, el veterano artista de circo, con su traje de arlequín, mostró una indiscutible destreza y comicidad, que se reafirmó en números posteriores junto a Elena Tsarkov, quien en un alarde de habilidad, logró cambiarse de vestuario en fracciones de segundos, mientras sonaba el conocido tema de Zequinha de Abreu, “Tico Tico no Fubá”.
Cirque de la Symphonie, que se presentó junto a la National Symphony Orchestra, dirigida por Michael Krajewski, director de las sinfínicas de Houston, Atlanta y Jacksonville, supo combinar una poética circense con fragmentos de sinfonías y temas populares de una manera cautivante y atractiva, sin descuidar la estética de un vestuario que, en todo momento daba un toque de excelencia. El programa reunió también temas de Camille Saint-Saens, Johann Strauss Jr., Piotr I. Tchaikovsky, Maurice Ravel entre otros.
Alexander Streltsov, director de la compañía, se lanzó en la primera parte con un solo de malabares con una estructura de metal, para luego, en la segunda parte, hacer un conmovedor pas de deux aéreo con Christine Van Loo con el vals de “El lago de los cisnes” de Tchaikovsky. Ambos, lograron una deslumbrante pieza en la que los acróbatas parecían convertirse en pájaros que sobrevolaban el escenario.
Con la música de “Bacchanale”, de “Sansón y Dalilah” de Saint’Saens, Aloysia Gavre, se balanceó por los aires en un aro, a través del cual fue encontrando, al compás de la música, las posiciones más inverosímiles que pueda adquirir el cuerpo humano. Extensiones y aperturas absolutamente imposibles se desplegaban alrededor de ese aro que sólo servía de soporte para la creación.
Una maestra del Hula Hula, pero con los pies sobre la tierra, es Irina Burdetsky, quien logró mover más de diez aros alrededor de su cuerpo mientras sonaba la “Danse des Buffons” de Rimsky-Korsakov. Luego, Elena Tsarkova, hizo un dspliegue de flexibilidad y atletismo con sus contorsiones convertidas en una atractiva coreografía sobre “Masquerade” de Aram Katchaturian.
Ya en el final, Cirque de la Symphonie, dejó un último número con el “Bolero” de Ravel, y dos gimnastas, Jarek y Darek. Hombres musculosos, capaces de sostenerse cabeza abajo con una sola mano teniendo como base, la cabeza del otro. Movimientos lentos, medidos, precisos, fueron formando figuras a medida que las luces cambiaban de colores y la música llegaba a sus puntos cruciales. Ellos también buscaban los límites del cuerpo y de las fuerzas, hasta que el público estalló en aplausos. Aplausos que, desafortunadamente, en la mayoría de los casos fueron inapropiados. Como si en lugar de estar en una sala de conciertos hubieran estado en una carpa de un circo.
Pero la magia que la compañía logra con esta combinación majestuosa de música clásica y destrezas corporales permanece inalterable en la retina y en los oídos, a la espera de una próxima vez.
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