Helgi Tomasson, director del San Francisco Ballet (SFB), sabe muy bien como preparar una Gala, mezclando encanto, bravura, sustancia, dulzura y cuando es necesario, añadir emoción y placer.
A pesar de la lluvia, después de dos meses de débil sol, la atmósfera del Opera House de San Francisco, estaba encendida. John Osterweis, director de la Junta de Trustees, abrio el espectácuo con los usuales comentarios, mencionando que la Gala era dedicada en memoria de F. Warren Hellman. Osterweis se salió de lo preparado en su discurso, para mencionar que Chris y Warren Hellman lo habían contratado a él para que formara parte de la Junta veinticinco años antes, y que el SFB, no sería la compañía que es hoy si no hubieran tenido la ayuda de Hellman.
Para dar comienzo a las dos partes del programa que se estrenó el 19 de enero, Tomasson presentó el fuerte contingente masculino de la compañía, con un grupo ejecutando la “Clásica Sinfonía de Prokofieff”, en una coreografía original de Yuri Possokhov, con Jaime Garcia Castilla, Diego Cruz, Isaac Hernández, Steven Morse, Benjamín y Matthew Stewart. Separado de las mujeres, el grupo mostró varios llamativos mecanismos, así como siluetas iniciales de los hombres, que saltaron por la escena como si fueran jóvenes venados, cada uno por su parte, sucesiva o simultáneamente, ejecutando pirouettes con los brazos “en haut”.
El programa de diez piezas, incluyó seis pas de deux, dos piezas con hombres solamente, un solo, y finalizó con el ensemble. La segunda parte comenzó con “Solo” de Hans Van Manen, visto por última vez cuando el trío de bailarines Peter Brandenhoff, Spephen Legate y Yuri Possokhov, se despidieron del SFB. El nuevo trío incluyó a Gennadi Nedvigin, Garen Scribner y Hansuke Yamamaoto. Van Manen hace que los tres hagan cabriolas, brinquen, se sacudan y gesticulen con rarezas que van en aumento. En los compases del concierto de la Suite No. 1 en Do menor para violín, de J.S. Bach, Yamamoto estuvo ligero, aunque algo lacónico. Scribner, contenido, y Nedvigin apareció en la escena como un cómico en la suite de Moiseyev.
Sarah Van Patten, Tiit Helimets, y Pascal Molat bailaron con andrajoso vestuario rojo y azul como figuras mortuorias, en “The House Dance”, de David Bintley. Van Patten y Helimets parecieron esculpir sus respectivos roles en la música de Shostakovich.
Damian Smith con malla roja y mascara blanca, bailó “Aria” de Val Caniparoli, con música de Handel. Smith gesticuló magistralmente como si interpretara la pieza en la tradición de la Commedia dell´ Arte.
A continuación subieron a escena tres pas de deux: Vanessa Zahorian y Davit Karapetyan, en el “Tchaikowsky pas de deux”, de Balanchine; Sofiane Sylve y Vito Mazzeo en “Continuum”, de Christopher Wheeldon, y “Flames of Paris”, de Vasily Vainonen, con Frances Chung y Taras Domitro.
La interpretación de Zahorian-Karapetyan de los roles creados para Violette Verdy y Conrad Ludlow en 1960, fueron diferentes. Los largos miembros de Zahorian alargaron el fraseo de los acentos, difiriendo de los de Verdy. Pero la coreografía sirvió admirablemente, y Karapetyan fue un solícito compañero para su nueva esposa. Por su parte Sylve se movió alrededor de Mazzeo como si fuera una larga enrededadera, comenzando y terminando cada encuentro, tocando la palma de sus manos, gesto ejecutado con deliberación. Recayó en Domitro bailar el rol creado para Chabukiani en “Flames of Paris”. El bailarín cubano añadió su imperturbable hábito de poner pies en punta al elevarse en los grand jetes. Frances Chung mejoró su trabajo de coqueta y frívola con límpidas pirouettes y múltiples fouettes.
Lo más encantador de la noche llegó con “Voces de Primavera” de Sir Frederick Ashton. Maria Kochetkova derramó pétalos de rosa, llevada en alto por Joan Boada, con las melodías de Johann Strauss II.
Yuan Yuan Tan fue acompañada por Alexander Riabko del Ballet de Hamburgo, en “La Dama de las Camelias”, una recargada pieza de John Neumier, sobre la “Balada de Chopin”. Val Caniparoli ha creado un trabajo más interesante sobre el mismo tema.
La Gala terminó con partes de “Number Nine”, de Christopher Wheeldon, creado para la compañía en 2011. Una pieza muy británica y pulimentada en su formación que semejan alas en formación. Cuatro parejas solistas y ocho parejas del cuerpo de ballet muestran a las mujeres sostenidas en alto con rodillas plegadas y en arabesques. Sin embargo, el cuadro pareció demasiado confuso para admirarlo a plenitud, por tener en la escena a la mitad de la compañía para finalizar la obra.
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