Si la intención es ver un “Cascanueces” tradicional, es algo que no se encuentra en el de Alexei Ratmansky, que subió a escena desde el 8 hasta el 11 de diciembre en el Kennedy Center, de DC, interpretado por el American Ballet Theatre (ABT), con la Kennedy Center Opera House Orchestra, dirigida por Ormsby Wilkins.
El primer cambio, interesante, divertido y rico en ideas y guiños de humor es el comienzo. El coreógrafo ruso abre esta obra en la cocina, con los preparativos para la fiesta de Navidad. Allí, cocineros, cocineras y ratones comparten protagonismo hasta que llegan los invitados y la cocina queda libre para que los ratones de todos los tamaños posibles, hagan su propio festín con los embutidos que cuelgan de esa inmensa cocina.
Cuando finalmente, y como en un film, la escena cambia y muestra la enorme sala de la familia Stahlbaum, con sus invitados y una enorme mesa tendida con manjares, los invitados ya están instalados en la casa y los niños reclaman regalos con ansiedad. El diseño de la casa tiene un cierto toque Art Deco que la diferencia de los tradicionales que habitualmente se usan en la mayoría de los Cascanueces.
Los bailes del primer acto, en la escena familiar, también son diferentes y hay más protagonismo de los niños, reclutados de distintas escuelas de ballet del área. Al aparecer Drosselmeyer, la trama cobra cierto aire misterioso y siniestro aún cuando aparecen los muñecos mecánicos que lucen con extraordinaria magnificencia. De igual manera que el cuerpo de baile de la compañía dirigida por Kevin Mckenzie.
Pierrot y Colombina, en blanco y negro, se internan en una deliciosa coreografía, vistosa, compleja y atractiva al mismo tiempo. La noche del estreno lo interpretaron Gemma Bond y Craig Salstein y el domingo 11 matiné, función en la que la protagonista fue Paloma Herrera, los muñecos fueron Luciana Paris y Joseph Phillips, graciosos, precisos y dispuestos a divertir a la platea. Sin embargo, más allá del encantamiento de Clara (Micaela Nelly) con su Cascanueces (Theodore Elliman), la niña adquiere, a los ojos de Ratmansky, cierto carácter extraño en el que por momentos confunde realidad con imaginación. Ambos jóvenes bailarines mostraron un delicado cuidado en sus partes danzadas.
Y es también en la escena de las nieves, del primer acto, en la que el coreógrafo puso su toque personal. Eliminó el tradicional pas de deux, para hacer un juego de espejos entre la Clara real y la de fantasía, donde se produce el encuentro romántico con el príncipe Cascanueces. El cuerpo de baile cobra protagonismo mientras los bailarines principales, Verónica Part y Marcelo Gomes en la noche del estreno y Paloma Herrera y Cory Stearn el domingo, sólo anuncian el romance.
Cuando Clara y su Cascanueces llegan al mundo de las golosinas, deben atravesar las rejas de un enorme feudo en donde todos la reciben y la veneran cuando el cascanueces destaca su valor para matar al rey ratón con una zapatilla.
En una escena casi despojada y minimalista, Ratmansky plantea las diferentes escenas con un toque particular. Y mientras la gota de rocío que habitualmente aparece en el vals de las flores, quedó reemplazada por cuatro graciosos abejorros, las danzas árabes llegan con un sultán y cuatro odaliscas que no reparan en rebelarse y dejarlo solo.
Veronika Part y Marcelo Gomes, en la noche de apertura hicieron una buena dupla, técnicamente excelente, a pesar de la compleja propuesta coreográfica. Sin embargo, fueron el encanto y la soltura escénica de Gomes los que robaron la escena y demostraron, una vez más, sus cualidades indiscutibles como bailarín, que hace que lo difícil parezca fácil.
En la función del domingo, Herrera fue una encantadora Hada de Azúcar, que con sus sólidas piernas manejó con naturalidad los intrincados pasos propuestos por Ratmansky. Movimientos fluidos, y delicados brazos, se fundieron con el buen trabajo de Stearn como partenaire, quien quizás debería haberse dejado llevar con mayor soltura en este pas de deux.
Sin duda, este “Cascanueces” reafirma la estética de Ratmansky como coreógrafo y como creador, quien es capaz de mezclar el humor, los conflictos psicológicos de los personajes, una coreografía clásica, pero al mismo, moderna, y la intuición de saber contar una historia sin que queden hilos sueltos en el relato.