Otra vez el Washington Ballet llevó su “Cascanueces” al Warner Theatre, donde permanecerá en cartel hasta el 24 de diciembre con diferentes elencos.
La versión de Septime Webre, director de la compañía, subió por primera vez a escena hace ocho años. Pero sin embargo, la compañía lleva medio siglo de “romance” con este “Cascanueces” que involucra, inevitablemente a toda la comunidad, y en especial, a los niños estudiantes de ballet de las escuelas que la compañía tiene en Alexandria, Virginia, y en el sureste y noroeste de Washington DC.
Este clásico del ballet, en sus distintas versiones se convirtió, desde hace muchos años, en la fuente de ingresos más importante de todas las compañías de ballet de los Estados Unidos. Pero más allá del beneficio económico que produce, el “Cascanueces” es una de las vías más importantes para introducir a los niños al ballet. Un arte que en algunos casos suele resultar abstracto, en otros, elitista, y en muchos, “algo demasiado refinado como para entenderlo”.
A medida que pasan los años, la versión de Webre, que se desarrolla en Georgetown, la ciudad colonial de Washington, en 1882, sigue siendo tan encantadora y atractiva como la primera vez. Webre ha sabido combinar una suerte de “historia dramatizada”, con personajes simbólicos de la época de la independencia, con las bellezas naturales de la zona, sus flores típicas y sus animales.
Si bien el elenco va cambiando día tras día (ver agenda en Danzahoy), la noche del estreno, tuvo a Maki Onuki como el Hada de Azúcar, una bailarina de sólida técnica, precisión y gracia, acompañada por un encantador Jonathan Jordan como su caballero. Jordan, no solo cubrió con acierto su rol de partenaire sino que también mostró una notable evolución en su técnica, con buenos saltos y musicalidad.
Jared Nelson, como el rey de las nieves hizo una buena dupla con Kara Cooper, como la reina de las nieves. Delicada y sólida al mismo tiempo, Cooper tuvo el partenaire ideal para una coreografía en la que ambos mostraron su buena técnica y su capacidad para cautivar a la audiencia.
Sin duda, el que realmente deslumbró con sus saltos, sus giros y su velocidad fue Brooklyn Mack, como el explorador en el segundo acto, cuando Clara y el Cascanueces llegan al mundo de las golosinas, situado por Webre a orillas del río Potomac. Mack es uno de esos bailarines de sólida musculatura, capaz de quitar la respiración con sus acrobacias, sin escaparse de los códigos del ballet clásico, y mucho menos, sin perder el duende.
En este “Cascanueces”, el reino de las golosinas podría llamarse el reino de la naturaleza, ubicado dentro del exuberante paisaje que, aún en el medio de la ciudad, prevalece en el área de DC. Así aparecen flores de cerezos, abejas, ardillas, ciervos, que conviven, aún hoy, en esta ciudad. Graciosos y convincentes los dos hermanos, Clara, Lily Casscells y Fritz, Noah Strand.
Webre, ha logrado ensamblar cada una de las partes de este complejo “Cascanueces” de una manera impecable, en la que cada uno de los integrantes del elenco demuestran el compromiso y la convicción con la que trabajan. Desde la abejita más pequeña hasta los protagónicos más importantes.
Una de las novedades de este año es que en las danzas españolas sólo hay hombres, mientras que la danza de los cardenales y de los indios Anacostia, no tuvieron cambios. De la misma manera que las flores de cerezos, una de las secuencias más atractivas y bellas de este ballet que no tiene desperdicio ni en un solo minuto. Aurora Dickie, una bailarina de delicados brazos, mostró solvencia y encanto como la gota de rocío.
Pero el cambio sustancial se produjo con la incorporación de la orquesta en vivo, dirigida por David Commanday, gracias a la donación de la filántropa Adrienne Arsht. Un aporte interesante que reafirmó en el encanto de este clásico.