Otra compañía importante de la capital del mundo de la danza, el American Ballet Theatre (ABT), no podía estar ausente en la locura de los “Cascanueces”, pieza tradicional que se exhibe de costa a costa de este país, en celebración de la Navidad. Continuando la costumbre que reiniciara el año pasado, el nuevo “Cascanueces” de Alexei Ratmansky, artista-en-residencia del ABT, estrenado en 2010 durante las fiestas navideñas, subió a escena en el Gilman Opera House, del Brooklyn Academy of Music (BAM), durante las tres últimas semanas de diciembre.
Asistir a ver una obra por segunda vez, permite al espectador captar novedades que en la primera se escaparon. En este trabajo es fácil comprobar en la segunda vuelta que Ratmansky diseñó la coreografía con un espíritu casi burlón, igualmente en los pasos como en los movimientos impuestos a ciertos personajes, y a la historia en general. No obstante, uno de los mayores encantos de esta pieza es el gran grupo de niños que toman parte en la presentación; en este caso específico, provienen del Jacqueline Kennedy School, escuela anexa al ABT.
La historia de esta obra –convertida en ballet en 1892, usando la maravillosa música de Tschaikowsky, y coreografía de Lev Ivanov, con libreto de Marius Petipa, basado en un cuento original de E.T.A. Hoffman–, es distinta a otras al comenzar en la cocina de la casa de la familia Stahlbaum, donde varias doncellas y el cocinero preparan afanosamente los comestibles para la gran fiesta que está próxima a celebrarse. La escena es rematada por un encantador ratoncito, de mínima estatura y enorme cabeza, desempeñado por Justin Souriau-Irvine, quien como dijo de él un conocido crítico de ballet en su comentario, “casi se roba el show”.
Luego llegan los invitados y sus hijos, portando juguetes, y el misterioso Drosselmeyer no se hace esperar, cuando llega cargando dos enormes cajas y el muñeco del título, regalo especial para Clara, la niña de la casa. El travieso Fritz, hijo de los Stahlbaum, interpretado por Kai Monroe, se adueña de la escena como si ésta le perteneciera, haciendo diabluras hasta romper el muñeco que su hermana adora.
La encantadora Mikaela Kelly, como Clara, logra el rol como una buena profesional. El trato cariñoso que da a su Cascanueces, especialmente cuando éste se transforma en un niño, Theodore Elliman –muy bien elegido para el papel–, muestra que ambos han llegado anticipadamente a una prematura adolescencia, al encontrar a la Príncesa y el Principe, Gillian Murphy y Eric Tamm (este último haciendo su debut en un rol principal) en el mundo de los ensueños. Cuando las dos parejas comparten la escena, es fácil identificar a ambas parejas como una sola: los niños transformados en príncipes en su mayoría de edad.
A la fiesta de los Stahlbaum acuden varios familiares entre los que aparece un abuelo que estornuda, además de la doncella que cuida de los niños, e infinidad de invitados que prueban sus gracias en un breve baile de salón, por más que las únicas danzas con pasos de ballet en ese acto, son las ejecutadas por los cuatro muñecos que ocupan las cajas que Drosselmayer ha traido consigo: Colombina y Arlequín, Gemma Bond y Arron Scott, así como Recruit y la Canteen Keeper, a cargo de Joseph Gorak y Skylar Brandt. La fiesta termina y Clara regresa al salón buscando a su adorado muñeco, que encuentra en el sofá donde ella prontamente cae dormida junto a él.
El árbol de Navidad crece y crece cuando la bella música de Tchaikowsky lo indica; varios ratones invaden el salón y los soldaditos de juguete toman vida y establecen una lucha con ellos, capitaneados por el intrépido cascanueces, ya convertido en apuesto joven. Clara tira su zapato al rey de los ratones, dando fin a la lucha. El reloj da las doce campanadas y Drosselmayer reaparece para trasladar a ambos niños en un trineo al país de las golosinas, pasando por un bosque donde encuentran a copos de nieve que danzan.
En el acto no hubo variaciones por el Hada Garapiñada. Su presencia, secundada por Luis Ribagorda como mayordomo, es limitada a dirigir los bailes de las confituras, que dan comienzo cuando llegan Clara y su jovencito compañero. Allí aparecen infinidad de conocidos personajes del cuento, que bailan en su honor. Las más llamativas danzas recaen en el Té, con Sarah Lane y el dinámico Daniil Simkin como chinos, mientras el café de Arabia, con Roddy Doble como solitario árabe, aparece rodeado de cuatro insinuantes odaliscas, que en fin de cuentas se marchan, dejándolo solo. Las flores, ataviadas en trajes de variados vuelos, son rosas que danzan para deleite de los presentes.
El aplaudido Pas de Deux que corona la obra, en la brillante interpretación de Gillian Murphy, es un hechizante regalo navideño. Eric Tamm, como su atento compañero y haciendo su debut en un rol de importancia, mereció los aplausos que le fueron tributados por el entusiasmado público. La atractiva figura y magnífica línea de este joven bailarín, merecen una pronta promoción a solista. La orquesta, aunque reducida, sonó muy correcta bajo la batuta de Ormsby Wilkins.