Trece años habían transcurrido desde la última actuación del Ballet Nacional de Cuba en San Sebastián. En aquella ocasión en el Teatro Victoria Eugenia, la compañía tutelada por la ‘Prima Ballerina Assoluta’ Alicia Alonso interpretó “La Cenicienta”. Para su retorno a la capital guipuzcoana, la formación seleccionó ‘El lago de los cisnes’, gracias al que cosechó un clamoroso éxito.
El debut de la compañía cubana en el Auditorio del Kursaal se tradujo en un doble éxito: primero, de taquilla, con un lleno absoluto, cuestión harto complicada en los tiempos que corren; segundo, el triunfo inherente al aplauso continuo y abundante de los espectadores a lo largo de las dos horas y media de duración de la inmortal obra “El lago de los cisnes”. En la actualidad, sólo las grandes compañías del mundo pueden abordar un clásico del repertorio con la solvencia, rigor y solidez que demostró el Ballet Nacional de Cuba, desde el último aprendiz hasta un primer bailarín. El nivel general fue muy destacable y especialmente reseñable lo compacto del cuerpo de baile, si bien, en ocasiones, los componentes de la formación cubana dieron muestra del cansancio acumulado por la dureza de tres meses de gira española, lo que se evidenció en ciertas imprecisiones.
La singularidad de la actuación en San Sebastián hizo que se desdoblara el rol dual de la protagonista, Odette/Odile y parte de la expectación radicaba en comprobar cómo terminaría el duelo artístico entre ambas. Odette es el Cisne Blanco, la princesa a la que el hechicero Von Rothbart –Alfredo Ibáñez- convierte en ánade. La veterana primera bailarina Anette Delgado se transmutó completamente para darle vida: delicada en sus aleteos, íntimamente compungida en su gesto, contundente en su técnica con unos equilibrios en ‘arabesque’ largamente suspendidos en el tiempo.
Frente a ella, la jovencísima primera bailarina Yanela Piñera, efervescente, seductora, electrizante, en el rol de Odile, el Cisne Negro y réplica en malvado de la anterior. Sólo un paso a dos en el tercer acto y, sin embargo, Piñera lo resuelve de forma magnética, seduciendo al príncipe Siegfried –un correcto Alejandro Virelles-, a la par que al público. Cosas de la edad, arriesga demasiado la joven intérprete, tanto en la tanda de 32 ‘fouettés’, en los que intercaló algunos dobles, como en los equilibrios a la punta, sin embargo, su cisne azabache consiguió casi más aplausos que el ánade blanquecino.
También destacó en los actos de corte la participación de Osiel Gounod, chispeante en el papel de bufón. Todo un lujo disfrutar de una velada de ballet de tal calidad con el Auditorio del Kursaal completo. Deseable que no pase otra década hasta volver a deleitarse con el Ballet Nacional de Cuba, modelado por la legendaria Alicia Alonso.