Si hubiera que buscar sólo una palabra para describir la puesta en escena hecha por Morris de la ópera de Purcell, “Dido y Eneas”, esa palabra sería “sublime”.
Morris, en colaboración con la espléndida Philharmonia Baroque Orchestra and Chorale, interpretó la ópera barroca de finales del siglo XVII en el Zellerbach Hall de Berkeley, con una producción de escena austera, que representa el destino mitológico de dos mortales y su consuelo, que si bien es severo, tampoco deja de ser glorioso. Roberto Bardo ya había trabajado en repetidas ocasiones en el diseño de escena junto a Morris, así como con James F. Ingalls, en la iluminación. En 1989 se estrenó esta sociedad tan particular en Bruselas, Bélgica, en el Theatre Royal de La Monnaie, Theatre Varia.
Morris le ha otorgado a Amber Star Merkens el doble papel de Dido y de la hechicera, quien se ajusta a los personajes de manera absolutamente estelar. Guillermo Bravo fue remplazado por Domingo Estrada Jr., quien parece tener una relación muy seria con el levantamiento de pesas. Por otra parte, Morris se situó en la orquesta; desde allí tanteaba a los músicos con firme aprehensión de la batuta del director.
Christine Van Loon le puso garbo a la compañía con la modestia del color negro; el diseño se va adaptando de falda a pantalón cuando es menester. Así, acentuó el uso frecuente de los movimientos de perfil que superan el torso, con la cabeza de medio lado para reforzar el carácter antiguo, más enfatizado aun por las manos rectas con los pulgares a la altura de las caderas o la cintura. Mientras las mujeres se movían, a uno se le antojaba pensar en Tanagra y los hombres de las escenas captadas en las ánforas áticas. Aun al moverse con la cara de frente, tal insinuación dominaba. El espectador bien podría sentirse trasportado a las costas del Mediterráneo hace unos tres mil años, cuando la Dido de Merkens discutía sobre hacer el amor con Eneas.
En 2000, Morris hizo el papel de Dido. En ese entonces tuvo la fascinante tarea de adaptar la coreografía al intérprete. Merkens llenó grácilmente las posturas con toda autoridad a pesar de que las dimensiones de los gestos aún acusaban la talla del fantasma de Morris. Movimientos de brazos como semáforos, los hombros en alto, para luego girarlos hacia abajo, las dimensiones cuadradas intachables en su evocación de la antigüedad. El fantasma de Morris se cruzó por un instante antes de ser vencido por la seguridad atlética y la naturalidad de Merkens.
Con su garboso papel como uno de los marineros de Eneas, Laurent Grant bailó con alusiones al hornpipe (danza popular en la música de Irlanda) y al zapateo irlandés con la arrogancia de su torso, los hombros encorvados, un atisbo en sus ojos, mientras sus pies iluminaban el pasaje.
Haciendo el papel de la hermana de Dido, Belinda, Maile Okamura bailó de manera impresionante, con su talla que proporcionaba el talante de un pájaro cantor de esperanza y felicidad en medio de tanta fatalidad. Después de irse disgregando los integrantes del coro uno tras otro en la parte posterior del telón central, que estaba suspendido a baja altura, allí donde ocurría la mayor parte de la actuación, Belinda se quedó sola. Su último acto, cuando llega a doblegarse acongojada junto a Dido, es quizás el de mayor impacto escénico y emocional.
Cuando se cerró el telón, el público estalló, aunque no de manera tan estrepitosa como lo hizo al ovacionar a Morris, quien estaba, con sus brazos extendidos, en el podio del director.