He disfrutado del mes de junio en los Estados Unidos, y particularmente en la ciudad de Nueva York. Ahora, hago un gran esfuerzo de síntesis para ofrecer a los lectores una visión exhaustiva de las artes escénicas en las carteleras de la Gran Manzana: sería como referirme solamente a la punta del iceberg.
Estas someras notas valorativas, al tener en cuenta la variedad –en géneros, estilos y calidades– de los eventos artísticos que presencié en junio, y que han quedado como sus “afterimages”, principalmente en las ciudades de Seattle y Nueva York; representativas de una sustancial experiencia nutricia para su acervo intelectual.
Reunión de críticos
La motivación primera para realizar este intensivo viaje a los Estados Unidos –gracias a los gentiles patrocinios de amigos e instituciones privadas, como la Fundación Amistad–, lo constituyó el cumplimiento de una invitación de la Dance Critics Association (DCA) para participar en su Conferencia anual, del 9 al 12 de junio, en uno de los paneles dónde analizaríamos las versiones del ballet “Giselle” y su figura paradigmática, Alicia Alonso. En esta ocasión, el anfitrión era el Pacific Northwest Ballet, bajo la dirección artística de Peter Boal (exprimer bailarín del NYCBallet), quien presentaba en su sede del Phelps Center de Seattle, su versión coreográfica– “quasi arqueológica”–, de “Giselle”, según las anotaciones de Stephanov de la producción de 1884.
El lema general de la conferencia era Talking about “Re”, coordinada por el presidente de la DCA, Robert Abrams, con la asistencia de unos 40 miembros, entre historiadores, críticos, académicos, musicólogos, coreógrafos, y periodistas especializados en las artes escénicas, en particular la danza.
Allí discutimos acerca de la producción del PNB, con la presencia de sus ejecutores (la víspera asistimos a una representación de “Giselle”, con las brillantes interpretaciones de sus estrellas Carla Forbes y el cubano Karel Cruz, en los papeles protagonistas), posteriormente se trataron otros temas esenciales para el devenir de este arte y de la crítica de danza; las perspectivas del ballet “Giselle; las reconstrucciones de los clásicos por todos los medios disponibles hoy; las reconstrucciones de lo mejor del repertorio norteamericano de ballets del siglo XX; sobre los contínuos cambios en la práctica de la escritura sobre danza y el futuro de sus críticos; e igualmente cómo el acto curaturial –”Curiating History”– puede ser considerado como “crear el pasado”, ya sea en la literatura o en la coreografía, et al. Los resúmenes de las interesantes intervenciones aparecerán en las próximas ediciones del boletín trimestral DCANewsletter, bajo el cuidado editorial de Mindy Aloff.
Nueva York
Mi prolongada estadía en la Gran Manzana comenzó desde el 7 de junio. Luego de disfrutar de las programaciones balletísticas del Lincoln Center, decidí desviar mi curiosidad crítica hacia las carteleras de otros teatros de Manhattan.
Me resultaba una urgencia apartarme de las tentaciones balletísticas del Lincoln Center de Manhattan. Entonces enfoqué mi interés en las programaciones de los teatros en el Midtown y el Downtown. Algo importante era el estreno mundial anunciado por Pascal Rioult y su grupo en el The Joyce: “On Distant Shores (…A Redemption Fantasy), con música homónima bajo la dirección de su autor, Aaron Jay Kernis, sobre un pasaje de la Guerra de Troya y el rescate de Helena. No llegó a convencernos, si bien las interpretaciones fueron meritorias, sin embargo no logró superar las referencias con ciertas obras de Martha Graham. Más lograda, en mi opinión, fue el dúo femenino de la primera parte, “Black Diamonds” (2006), gracias a sus exquisitas interpretes de una proyección corporal notable, Penélope González y Charis Haines, con el soporte de la muy empleada pieza de Stravinsky “Duo Concertante” ejecutada con mucha calidad interpretativa y la inteligente iluminación diseñada por David Finley.
Jennifer Muller
Muy prometedor y estimulante era el anuncio de un estreno mundial por la eminente coreógrafa Jennifer Muller con su grupo The Works, y esto nos motivó a trasladarnos al Cedar Lake theatre de Chelsea, el mismo día de la premiere, en medio de las más distinguidas galerías de arte contemporáneo (la Malborough exhibe una muestra colectiva de excelencia, Living in Havana, con varios artistas reconocidos residentes en Cuba), y con la euforia de la comunidad gay neoyorkina tras la aprobación senatorial de los matrimonios del mismo sexo y la víspera de la Gay Pride Parade).
Ese 22 de junio, a teatro lleno, apreciamos The White Room, cuyo título es una metáfora del tema central de inocencia y corrupción, a partir de la violencia sobre una virginal jovencita vestida siempre de blanco, la “aprentice” Hsing–Hua Wang, quien muestra una calidad de movimientos destacados por su lirismo pero al mismo tiempo cargados de gran emotividad. La puesta en escena se desarrolla, en dos horas, con una estructura y diseño muy estudiada, siempre en la tendencia minimalista, apoyada en medios audiovisuales y en un eficaz diseño de luces.
Contó la Muller con intérpretes ajustados a las caracterizaciones, fue el caso de Pascal Rakoert, Gen Hashimoto y la imponente presencia de Susana Bozzetti, quienes evitaron el cansancio visual que pudiera producir las reiteraciones de pasos y frases de movimientos, algunos llevados a situaciones extremas; su lenguaje muestra una fuerza expresiva visceral, sobre una compilación musical irritante a veces, como soporte musical único. El mensaje de Muller aquí está claro: el poder corrompe.
Non-dance
También la non–dance está presente en NYC, y esto lo comprobamos en un espectáculo de 60 minutos –sin asientos–, en uno de los estudios del Baryshnikov Arts Center, denominado The Painted Bird: Amidst (Part II). Esta es la segunda parte de una trilogía de “performances” interactivas en vivo, basadas en una novela del polaco Jerzy Kosinski, con acciones situadas en los tiempos de guerra de la Europa del este.
El conceptualista, director escénico, bailarín y coreógrafo Pavel Zustiak (de origen checo e instalado en Estados Unidos desde 1999), pretende profundizar con su Palissimo Company en los temas de la otredad, los desplazamientos, las migraciones y la transformación. Zustiak, también bailarín en la pieza, trata de crear obras sofisticadas, multidisplinarias, con abundantes imágenes surrealistas, que agreden al público que circula en medio de ellas, y en ésta, entramos en un salón de clases sumergidos en una densa niebla y aturdidos por una música electrónica que rivaliza con un grupo “heavy metal” en vivo, para ser guiados por los rayos laser y los propios bailarines que se desplazan y cambian, reiteradamente, sus sucias vestimentas.
También ópera
El anuncio de una coreografía de Karol Armitage, como plato fuerte en la última presentación de la temporada en el Avery Fisher Hall del Lincoln Center por la Orquesta Filarmónica de New York, elevó mi interés por asistir al estreno en esta ciudad de “La zorrilla astuta” (The Cunning Little Vixen) de Janos Janacek. Se trata de una imaginativa y encantadora producción de esta ópera “antropomórfica” (como la califica un crítico musical neoyorquino), muy relacionada con las fábulas de Esopo, y que resultó ser una de las más audaces ideas de Alan Gilbert, el actual director musical de la Filarmónica.
Esta es la primera vez que una de las más importantes óperas de la pasada centuria es puesta en escena en New York, con todas las de la ley en cuanto a las excelentes voces de los solistas, los Coros y las escolanías, así como en recursos escénicos. (La Orquesta y los Coros estaban instalados, sobre la escena, dentro de un bosque de girasoles gigantes). Armitage concibió una simple empero ingeniosa coreografía para una docena de miembros de la Metropolitan Opera Children´s Chorus, quienes hicieron todo tipo de acrobacias, dentro y fuera de un escenario extendido hacia la platea, disfrazados de múltiples criaturas del reino animal, como ranas, mariposas, conejos, mosquitos, abejas, etc. El elenco protagonista cantó en forma excelente una traducción al inglés de Norman Tucker, a partir del libreto en checo del propio Janacek.
Sin ser un espectáculo de danza, en el sentido estricto del término, sería injusto no señalar la calidad y capacidad de maravillar al espectador de la nueva producción de dos horas inagotables de riquezas imaginativas, con estilo y buen gusto, del afamado conjunto canadiense Le Cirque du Soleil, y nada más y nada menos en el magnífico Radio City Music Hall, hito del art–déco neoyorquino.
El director teatral y cinematográfico Francois Girard, laureado por su serie televisiva de 1993), dedicada al iconoclasta genio canadiense del piano, Glenn Gould, y por dos filmes: El violín rojo (1998) y Silk ( 2007), ha recreado en “Zarkana” (su segundo trabajo para el Circo del Sol), el mundo mágico del mago Zark. Allí, la música pop y rock con notables voces solistas de ambos sexos, sirve de apoyo a las bien diseñadas “danzas” de los cientos de coristas y acróbatas. El polifacético Girard sorprenderá a los amantes de la ópera con su “Parsifal” de Wagner para la Metropolitan Opera House, la próxima temporada.