El estreno de “Les enfants du paradis” en 2008 supuso un acontecimiento cultural de primer orden en la sacrosanta cuna del Ballet de la Ópera de París. Trasladar al lenguaje de Terpsícore el filme homónimo dirigido por Marcel Carné, con diálogos y escenografía del poeta Jacques Prévert y estrenado en 1945-se grabó en plena ocupación nazi-, era toda una hazaña épica, máxime si además la cinta es considerada “la mejor película jamás filmada” (título otorgado por la crítica francesa con ocasión del centenario del nacimiento del cine).
Al frente de tal epopeya se situó el español José Martínez (Cartagena, 1969), étoile del Ballet de la Ópera de París, para quien se trataba del primer trabajo coreográfico de gran envergadura tras algunas pequeñas creaciones como “Mi Favorita” (2002), “Scaramouche” (2005), “Soli-ter” (2006) o “El olor de la ausencia” (2007), entre otras. La estrella cartagenera salió victorioso del envite, gracias al que cosechó un grandísimo éxito de crítico y público, y además se alzó con el Premio Benois de la Danse 2009 en la modalidad de Coreografía.
Con esos buenos réditos a sus espaldas, Brigitte Lefèvre, directora del Ballet de la Ópera de Paris, decidió reponer esta magna obra como final de la temporada 2010/2011. Según normativa del decano de los ballets del mundo, una estrella se retira con 42 años, por lo que se intuía un cierto homenaje-despedida a José Martínez, hecho que se incrementó al hacerse público que el bailarín cartagenero había sido designado como director de la Compañía Nacional de Danza (CND) de España, cuyo contrato comienza a principios del mes de septiembre de este año. La sorpresa fue mayor cuando el propio Martínez confirmó que bailaría, por primera y única vez, uno de los roles principales de “Les enfants du paradis”, el mimo Baptiste, en su adiós oficial de la Ópera parisina –función que tuvo lugar el pasado 15 de julio-. Dicen las crónicas de los allí presentes que la estrella española puso en pie al público, obtuvo veinte minutos de aplausos y agradeció los aplausos bajo una lluvia de globos rojos y amarillos, preparada por su compañeros en alusión a su nuevo destino profesional.
Los niños del paraíso
Días antes de su despedida, José Martínez se mostraba aparentemente tranquilo en una conversación informal, aunque, como dice el refrán, la procesión iba por dentro. Con la mente puesta en su nuevo desafío en Madrid, sin querer analizar en exceso su adiós al Ballet de la Ópera de París –no definitivo, pues tiene comprometidas varias actuaciones en la compañía gala para la próxima temporada–, en el que entró en 1988 seleccionado por el mismísimo Nureyev, la estrella fue el anfitrión perfecto para una velada balletística inolvidable en el mágico escenario del Palais Garnier.
La película “Les enfants du paradis”, con una duración de tres horas y media, consta de dos partes, situadas en dos momentos históricos diferentes: “El Boulevard del Crimen” y “Los hombres blancos”. De ahí deriva el hecho de que su transposición al ballet posea dos actos, si bien, Martínez, en calidad de coreógrafo, sintetiza toda la trama en una longitud de poco más de dos horas.
La primera parte se define principalmente como descriptiva ya que se caracterizan los personajes de la trama: Frédérick Lemaître, joven galante que desea convertirse en una primera figura de la interpretación, Baptiste Deburau, cuyo interés se centra en la mímica, Lacenaire, un ladrón de refinadas maneras y notable bagaje cultural, que en el fondo desea ser autor teatral, y sobrevolando por encima de ellos, a la par que seduciendo a todos, la enigmática Garance. Allá por 1830, estos personajes se reúnen en el Boulevard de Temple, apodado como “el del crimen”, formando parte del teatro de titiriteros. Años después, se desarrolla la segunda mitad –“Los hombres blancos”-. Lemaître está a punto de conseguir su éxito como intérprete; Baptiste, consagrado como mimo, está casado con Nathalie y tiene un hijo; Garance ha regresado a Paris para unirse al Conde de Montray, aunque secretamente está enamorada del mimo. Finalmente, Baptiste y Garance viven una única noche de amor y ella desaparece entre las brumas como un sueño o una pesadilla.
Se ha definido “Les enfants du paradis” como un tributo del cine al teatro, por su hábil y poética mezcla de personajes reales con el mundo de las tablas. En su adaptación al ballet, José Martínez ha ido más allá, pues ha traducido todos esos guiños a los titiriteros, el mimo y el mundo entre bambalinas, empleando al máximo los recursos que le dota la majestuosidad del Palais Garnier. Teatro dentro de una película, a su vez, transcrita al ballet, en definitiva, ruptura de las difusas fronteras entre las artes escénicas o más bien, metalenguaje de los mismos. Sirva de ejemplo el entreacto en el que cual la tragedia shakespeariana de Desdémona se bailó y vivió en las escaleras del Palais Garnier.
En el plano coreográfico, la primera parte se torna densa por la complejidad de ser fiel a la película de Carné. Seis escenas, de aspecto cuasi-cinematográfico, componen este acto, alternando las coloridas presentaciones costumbristas del ambiente del Boulevard del Temple, con el teatro de los titiriteros, un baile popular, la intimidad de la pensión de Madame Hermine, una pantomima y el camerino de Garance. Muchísimo más ameno resulta el segundo acto, prologado por una pequeña exhibición de una clase de danza dirigida por el propio Martínez. Sin duda, esta parte entronca con la acción más puramente balletística, resultando de singular belleza el paso a dos de Garance con el Conde. Se podría definir a José Martínez como un coreógrafo ecléctico que bebe de innumerables fuentes, a la vista de su creación, sin embargo, se decanta por un gusto por el lenguaje de corte clasicista, donde obtiene sus composiciones más relucientes. El elenco protagonista de la función estuvo compuesto por Agnès Letestu (Garance)- además autora del vestuario-, Stéphane Bullion (Baptiste), Florian Magnenet (Frédérick Lemaître), Vicent Chaillet (Lacenaire), Clairemaire Osta (Nathalie) y Yann Saïz (Conde de Montray). Todos ellos exhibieron las excelentes cualidades de la escuela francesa, sobresaliendo por el peso específico de sus papeles, así como por su actuación, las estrellas Agnès Letestu que construyó una misteriosa y solvente Garance y el sensible Baptiste, corporeizado por Stéphane Bullion. La música original de la obra fue realizada por Marc-Olivier Dupin –e interpretada por la Orquesta de la Ópera Nacional de Paris, bajo la batuta de Jean-François Verdecer-, sobre una escenografía de tamaño colosal de Ezio Toffolutti, contribuyendo todo ello a trasladar al espectador hasta las calles parisinas decimonónicas.
El título “Les enfants du paradis” (“Los niños del paraíso”) hace alusión al público situado en el paraíso (el balcón superior del teatro), para quienes los actores interpretan en busca de su aprobación. Siguiendo con la metáfora, José Martínez ha sabido cómo convertir a cada uno de los espectadores en un niño de ese paraíso, consiguiendo unos aplausos muy cálidos en una noche parisina que terminó con la pertinaz lluvia. Brillante adaptación, esfuerzo titánico y meticuloso trabajo es lo que ha invertido la estrella española en su primer full-length, cualidades que no estarán de más para el viraje de la Compañía Nacional de Danza de su país hacia “el cambio tranquilo”. Fue el adiós momentáneo de una estrella del ballet de las tablas, es el inicio de una nueva y fructífera etapa para José Carlos Martínez, de la que todos sus compatriotas y los balletómanos de pro esperan ser lo nuevos “niños del paraíso” de su éxito como director de la CND.
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