Nueva York parecía haberse puesto de acuerdo. Los últimos días de la primavera se hacían sentir en todo su esplendor, la brisa se instalaba en las calles y el sol, se apiadaba de la gente, a su manera. A las 7:30 de la tarde, del sábado 18 de junio, los balletómanos infaltables de cada temporada llegaron al Metropolitan Opera House del Lincoln Center con la intención de vivir la fiesta del ballet de una manera especial. Ése día, una de las más reconocidas estrellas del American Ballet Theatre (ABT), Paloma Herrera, festejaba los 20 años con la compañía.
Una historia que empezó cuando aquella adolescente que estaba a punto de regresar a Buenos Aires, sacó sus zapatillas de la maleta y se fue a hacer una audición en el ABT. Y desde entonces, nunca abandonó la compañía donde creció y se formó como bailarina.
Aquella tarde, seguidores fanáticos llegaban con sus ramos de flores, sus mejores atuendos de gala y los infaltables prismáticos capaces de divisar un barco del otro lado del océano. La función, cargada de recuerdos, puso en escena “Coppelia”, en versión de Frederic Franklin, una de esas joyas de Ballet Russes de Montecarlo que, en 1997, eligió a Paloma Herrera y a Ángel Corella como protagonistas de este ballet.
“Esta versión de “Coppelia” tuvo el reparto original con la que la estrenamos –comentó Herrera, días después–. Y para reponerla, toda la compañía miraba el video y seguía paso a paso las secuencias tal como se hicieron en ese momento cuando la estrenamos Ángel (Corella) y yo. Fue como hacer la misma función de aquella vez”…
Emociones, abrazos, ojos llenos de lágrimas y miradas de complicidad se adueñaron del final de esta “Coppelia” en el Met. Herrera y Corella compartieron escenario infinidad de veces en estos 20 años, y supieron de sus alegrías y sus dolores. Corella, llegó de España para hacer su única aparición del año en el ABT junto a su compañera de ruta. Dividido entre la dirección de su propia compañía de ballet clásico en España, y sus compromisos con el ABT, Corella confesó, detrás del escenario, que una de las cosas que le daban más placer era “bailar con Paloma”.
Cuando la orquesta cerró con el último acorde de la partitura de Leo Delibes, una ovación surgió como un estruendo en el Met. Y llegaron los interminables ramos de flores, los abrazos y besos emocionados entre los bailarines. Kevin McKenzie, el director de la compañía, fue el primero en entrar mientras los pétalos de flores caían desde el techo del escenario.
Después llegaron, su maestra, Irina Kolpakova, José Manuel Carreño, Julie Kent, Marcelo Gomes, Xiomara Reyes, David Hallberg para ovacionar, con toda la compañía esos 20 años de Paloma Herrera. Y el público de pie, sin dejar de aplaudir, arrojando flores y tratando de formar parte de ese momento que ya es parte de la historia del ballet.
Cuando la sala quedo en silencio y el telón dio su cierre final, las luces del escenario se encendieron para, entre amigos, volver a festejar junto a la primera bailarina. “Fue maravilloso compartir un momento detrás del escenario con la gente que uno quiere y con la que ha compartido momentos importantes”, comentó Herrera.
Un día, recordó la bailarina, una de sus fans le escribió una carta diciéndole que recordaba a aquella chiquita que cuando terminó su primera temporada del Met lloraba desconsoladamente porque quería que las funciones siguieran sin llegar a su fin.
“Todas las temporadas son muy especiales –dijo–, no puedo decir que ésta sea diferente. Pero por sobre todas las cosas, me cuesta creer que ya pasaron 20 años porque sigo con el mismo entusiasmo que cuando debuté por primera vez. Entré siendo tan chica…y soy tan feliz en escena, que no siento el paso de los años. Para mí, nunca alcanzan las funciones ni los ensayos”…