Un conocido dicho asegura que la suerte es “estar en el lugar indicado, en el momento preciso”. Y tal fue lo que ocurrió con Rolando Sarabia, que debió cubrir el rol de Basilio en “Don Quijote”, debido a una lesión de Herman Cornejo, programado para interpretar el codiciado papel en varias de las funciones del American Ballet Theatre (ABT) durante su temporada en el Metropolitan del Lincoln Center.
Sarabia, exiliado en los Estados Unidos desde 2006, y en la actualidad agente libre, nunca antes había sido admirado en la capital del mundo de la danza. Su carrera, no obstante su juventud, le ha proporcionado varios premios; entre ellos, el de la Villa de París, el de Varna, Bulgaria, y el de Jackson, Mississippi. Todos obtenidos en 1998, cuando apenas tenía 20 años y era primera figura del Ballet Nacional de Cuba. En el exilio ha pertenecido al Houston Ballet, al Miami City Ballet, y en la actualidad es figura constante en las funciones del Ballet Clásico Cubano de Miami.
La coreografía de “Don Quijote”, original de Marius Petipa (estrenado en el Bolshoi de Moscú en 1869) ha tenido muchas revisiones, desde Alexandr Gorsky (en 1900), y más recientemente Kevin McKenzie, director artístico del ABT, junto a Susan Jones. Esta puesta en escena, que no se diferencia mucho de otras, cuentas las picarescas travesuras de Kitri y su enamorado, el barbero Basil.
El vestuario y los decorados originales de Santo Loquasto son muy atractivos, con gran referencia a la ropa tradicional de España en esa época. Por supuesto que no podía faltar el molino de viento, contra el cual el atormentado Don arremete, tratando de rectificar errores, en un acto de galantería medieval. Tampoco podía faltar el abanico que Kitri –esta vez Xiomara Reyes–, mueve con gracia y soltura.
Reyes ya ha probado en infinidad de reposiciones que su juvenil porte le da válida definición al personaje. A esto puede añadirse que todas sus interpretaciones son siempre adecuadas, subrayadas por seguridad absoluta en todos los pasos y vueltas, no importa las dificultades que éstos presenten.
La personalidad de Sarabia en las tablas es tan varonil como posesiva. En pocas palabras, domina el ambiente, y su Basil encierra a la misma vez elegancia y gallardía. El conocido Pas de Deux del final de la obra, esperado con ansiedad por la concurrencia –entre la que había infinidad de sus coterráneos– no decepcionó. Además de proyectar una electrizante energía, y ser un magnífico actor, puede ejecutar con total dominio y brillantes grand pirouettes e innumerables giros que siempre terminan con extrema suavidad. La reacción de los espectadores fue unánime y vociferante.
Entre los otros personajes de la obra hay que destacar a Craig Salstein, como Gamache (el ridículo pretendiente de Kitri), que arrancó risas del público; igualmente merece aplausos el diminuto y hechicero Amor, a cargo de Yuriko Kajiya. El rol de gitano le da a Daniil Simkin la oportunidad de surcar los aires con total maestría (su mayor atributo), y en ese rol va muy bien acompañado por la atractiva Luciana París.
Stella Abrera, como la seductora Mercedes, supo darle al personaje una caracterización muy españolizada, especialmente en las Seguidillas que abren el tercer acto. Su compañero en esa faena, Jared Matthews, como el torero Espada, prueba con cada actuación su ascenso en el difícil arte de la danza.
Ormsky Wilkins al frente de la orquesta, consiguió una labor digna de aprobación. El telón cayó entre aplausos innumerables, a los que se unieron estruendosos gritos de bravo, cuando la pareja solista emergió delante del dorado proscenio del Met. ¡Bravo, Rolandito! (Tal como lo llaman sus fans) Cabe esperar que la presencia de Sarabia se haga más constante en Nueva York.