El público se acomodó alrededor del espacio. Un piso con raíces pintadas que se extienden creando un entretejido por toda el área. Cajones de madera apilados, frutos, ramas, botellas plásticas, bidones, todo amontonado y en el desorden ordenado de las plazas y mercados de nuestra América pobre, que convive con el ansia desarrollista.
Al fondo se vislumbran disimulados en la penumbra instrumentos musicales y tres personajes con ropas camufladas para hacerlos casi invisibles.
Así plantea el comienzo de “Sabor Concedido”, obra que se presenta en la Plaza Norte GAM hasta el 30 de abril, en Santiago, y que es una realización de la compañía Dama Brava, un grupo de danza teatro de mujeres, que cuenta historia de mujeres. Su trabajo lo realizan en la calle, en espacios públicos. Sus obras tratan temas de género y sociedad.
Desde su creación en el año 2006, se dedicaron a alertar sobre la violencia contra las mujeres en sus obras “El grito” (2006) y “Lava’o a mano” (2008). Con “Lluvia negra” (2010) planteó la convivencia y ahora en “Sabor concedido” (2011) muestra cómo las ollas comunes, presentes en las poblaciones a lo largo de Chile, son para las mujeres un espacio de participación y creación femenina.
La obra, que comienza en silencio, deja aparecer el sonido, que va en aumento, mientras uno de los montones de ramas y frutos empieza a desplazarse hacia el centro del espacio, a desdoblarse, y así deja descubrir un ser con la boca tapada al que se le ven los ojos. Se desplaza lentamente en cuatro patas. De inmediato, otros cuatro bultos informes comienzan también a moverse. Cinco personajes que se van igualando en los movimientos. El sonido se transforma en música del altiplano. Y al mismo tiempo se descubren los tres músicos a quienes también solo se les ven los ojos.
Con movimientos al unísono, las mujeres cargadas con objetos y cubiertas con trapos, poco a poco se van despojando de ellos. Dejan sus cargas, se descubren la cabeza, se visten con faldas, y se ponen de pie. Les cuesta caminar erguidas, pero lo hacen con alegría, con satisfacción. Y lo más importante: todas juntas, todas disfrutan el estar paradas, el poder caminar y bailar al unísono.
Cuando se quitan sus tocados de frutas y verduras, los van poniendo en una gran olla, que colocan sobre un brasero. Cocinan, limpian y comparten lo que comen.
La puesta en escena es rigurosa, medida. Cada movimiento está calculado, las imágenes están construidas como un preciso rompecabezas. Los colores, las formas y los efectos hablan de un trabajo reflexionado tanto en la estética como en el contenido. Saben lo que quieren decir, y cómo decirlo. Está todo calculado para que haga el efecto deseado. Como un silabario para principiantes. Para cautivar al espectador indefenso ante este canto de sirenas.
Esta obra arraiga el lenguaje de la compañía, aunque hay un uso excesivo de la mímica, las imágenes son muy entendibles sin necesidad de recurrir a la gestualidad extrema que recuerda a los actores del cine mudo. El público se entrega a la obra y acepta la propuesta en forma entusiasta. Una clara respuesta al optimismo y alegría con que presentan el tema de género.
Esta obra de creación colectiva está dirigida por Angie Giaverini, y son sus intérpretes Ana Albornoz, Josefina Pepay, Isabel Núñez, Paola Gamboa, Pilar Leal y Ana Allende.
La música está compuesta e interpretada por Ariel Carrasco, José Jiménez y Jorge Olivares.
no sabia de tu vida hasta que causalmente encontre este y me acuerdo del espectaculo de susana zimerman en el axctuabas en el di tella .me encanto tu comentario un gran abrazom de carlos