Llevar a escena un ballet como “El corsario” es un desafío para cualquier compañía. Y The Washington Ballet (TWB), bajo la dirección de Septime Webre, se lanzó a esta hazaña y salió airoso. No sólo por la seriedad y el nivel de la puesta, sino también por el compromiso de sus bailarines.
Desde el 6 hasta el 10 de abril TWB presentó por primera vez “El corsario” en el Eisenhower Theatre del Kennedy Center. Con tres elencos diferentes, la compañía mostró que sus bailarines son capaces de abordar el género puramente clásico con gran solvencia. Un espectáculo atractivo, colorido y con buen nivel de danza fue parte de esta entrega que debería repetirse en próximas temporadas.
El ballet, estrenado por primera vez en la Ópera de París en 1856 con coreografía de Joseph Mazilier e inspirado en el poema de Lord Byron, tuvo como repositora a una de las grandes maestras de la historia del ballet del siglo XX: Anna-Marie Holmes. Su versión se basa en la de Marius Petipa, quien la presentó en 1868 en el Bolshoi, y luego la reprodujo en el Mariinski, en 1899, con Pierina Legnani como “prima ballerina”.
La puesta escenográfica de Simon Pastukh es deslumbrante, aunque quizás el escenario resulte un poco pequeño para este gran despliegue, necesario, para contar esta aventura de piratas, romance, luchas y traiciones.
Todo comienza con un enorme barco corsario en el que Conrad, su amigo Birbanto y el esclavo Alí navegan rumbo a Turquía. Cuando llegan al mercado, aparece Lankedem, el vendedor de esclavas que ha tomado prisioneras a Medora y su amiga Gulmara. Conrad se enamora inmediatamente de Medora y se propone rescatarlas de la custodia del seid Pachá que ha comprado a las dos.
Este ballet en tres actos, con final feliz, es un desafío de bravura para los roles masculinos y de preciosismo para los protagónicos femeninos. Jared Nelson, un bailarín cuya ductilidad transita desde lo contemporáneo a lo clásico con igual calidad, muestra su sólida técnica, su precisión y su solidez, así como también el toque satírico que requiere el personaje de Lankendem.
Y si bien Jonathan Jordan, como Conrad, mostró su destreza en los saltos, quizás no alcanzó a dibujar el perfil de un verdadero pirata, enamorado. Mientras el brasileño Nayon Iovino, como Birbanto, captó el espíritu de su personaje y mostró un gran potencial como bailarín.
Pero sin duda, y como generalmente ocurre en este ballet, el esclavo Alí, interpretado por Brooklyn Mack, fue la gran revelación y el más deslumbrante de los tres personajes masculinos. Sus saltos, sólidos, consistentes y precisos dejaron ver a un gran bailarín que poco a poco va adquiriendo presencia propia dentro de la compañía.
Kara Coope, como Gulnara, la amiga de Medora, fue otra de las revelaciones de este “Corsario”. Una bailarina con muy buenas piernas, gran musicalidad y encanto personal, que fue capaz de mostrar una enorme destreza en los giros. Y a su vez, compuso un personaje atractivo y absolutamente convincente. No ocurrió lo mismo con Maki Onuki, Medora, una bailarina delicada, pero poco apasionada para esta historia de secuestros, traiciones y desencuentros..
Entre el lujo de la escenografía y el vestuario, una de las escenas más bellas de este ballet es la del Jardín Animado, el sueño del Pacha, en el que aparecen las más hermosas mujeres. Un clásico dentro de la obra en el que las bailarinas aparecen con arcos de flores. Excelente trabajo el de la compañía, que logra uniformidad en las filas, consistencia y delicadeza en cada secuencia.
The Washington Ballet mostró un perfil diferente al afrontar con naturalidad, precisión y convicción esta puesta, difícil, riesgosa y ambiciosa, en la que la falta de la orquesta y el uso de música grabada, rompió parte –sólo parte– del encanto de esta puesta. Pero más allá de eso, en “El corsario” no sólo se ve la mano mágica de Holmes, sino también el trabajo constante y la infusión de energía que los bailarines reciben de parte de su director, Septime Webre. ¡Bravo!