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Éxito artístico y llenos totales alcanzaron las 14 funciones de “El Lago de los Cisnes”. Obra que cerró la temporada 2010 del Ballet Nacional del SODRE, que dirige Julio Bocca.
La coreografía de Raúl Candal para “El Lago de los Cisnes”, que presentó el Ballet Nacional del SODRE, respetó el guión original de Begitchev y Geltzer. Metáfora que relata el amor de la Doncella-Cisne, Odette y el Príncipe Sigfrido, enfrentado a la maldad del mago Von Rothbart y su hija Odille. En cambio, como es lógico suponer, conservó muy poco de las coreografías de Petipa-Ivanov.
Del primer acto de Petipa, el coreógrafo repositor, usó solo el Pas de Trois. Mientras que, en el tercero, reconstruyó todas las danzas de carácter. Además, introdujo cinco variaciones para las princesas invitadas, entre las cuales, Sigfrido debía escoger esposa. Pero, el Pas de Deux, las variaciones y la coda de El Cisne Negro, son fieles a la coreografía de Petipa.
En el segundo acto, Candal reestructuró las danzas del cuerpo de Baile. Pero, no hubo variantes sustanciales en la coreografía de Ivanov, para el primer Pas de Deux, o en el hermosísimo Adagio; como tampoco las hubo, en el famoso Pas de Quatre, en el Vals de las solistas, o en la variación y coda de Odette con el conjunto. En cambio, el cuarto acto, es completamente nuevo. Atractivos diseños y pasos, aligeraron la acción, sin apartarse del estilo de Ivanov.
Por otra parte, el coreógrafo acertó en la composición del Bufón. También lo hizo, al otorgar protagonismo al mago Von Rothbart, durante toda la obra; especialmente en la obertura orquestal del segundo acto. En cambio, Candal, no resolvió de manera efectiva, la muerte de los protagonistas: antes del grandioso despliegue orquestal que cierra el ballet.
Tres de nuestras bailarinas, enfrentaron airosas, y por primera vez, el difícil rol de Odette-Odile. Giovanna Martinatto, logró la morbidez del ave en los actos blancos, y a la vez, enlazó sinuosa malicia con alardes técnicos, en el tercero. En el rol de Sigfrido, la acompañó un bailarín excepcional; José Manuel Carreño, artista del American Ballet Theatre. Carreño tiene la condición nada común, de hacer ver como fácil, lo que no lo es. Saltó sin que se notara esfuerzo en el impulso. Hizo numerosas piruetas, que finalizaron con naturalidad, sin gestos enfáticos. Sus dobles giros en el aire, los terminó en perfecta posición de pies y con las rodillas flexionadas, como indican los textos. Pero, lo que más llamó la atención de él: fue el noble porte, los movimientos elegantes, y la exquisita manera de mover los brazos. Además, sobresalió como partenaire: acompañó a La Martinatto con amoroso cuidado, como solo sabe hacerlo, un Danseur Noble.
Rossina Gil bailó el doble rol de Odette-Odile, luciendo su bellísima figura. Proyectó en el Cisne Blanco, una visión romántica y apasionada; contrapuesta al hechizo engañoso que predominó en el Cisne Negro. Avetik Karapetian, bailarín del Royal Swedish Ballet, no fue el Sigfrido ideal para ella. En cambio, sí, un buen solista, en las variaciones de los actos primero y tercero.
Vanessa Fleita, por su parte, encaró el personaje protagónico con adecuada personalidad, seguridad técnica, y, sobre todo, notable musicalidad. Bailó con lirismo los actos blancos, y, con perversidad, atrapó a Sigfrido en el tercer acto. Samuel Bianchi fue su correcto partenaire; discreto como bailarín y de relativa presencia escénica.
Francisco Carámbula, personificó al siniestro Von Rothbart. En la elaboración del personaje, dio rienda suelta a su poderosa fuerza interior, que tradujo con movimientos y gestos elocuentes. Ismael Arias, compuso el Bufón: lo resolvió con brillo en las dificultades técnicas, y lo actuó con maestría en las contra escenas. Sebastián Arias, Romina Grecco y Marina Sánchez, bailaron con estilo el Pas de Trois del primer acto. En los dieciocho cisnes, las dos solistas, y el aclamado Pas de Quatre, que intervinieron en los actos blancos, hubo momentos notables y otros perfectibles. Las variaciones de las cinco princesas, alcanzaron buen nivel técnico. Energía y ritmo, tuvieron las briosas danzas de carácter: Czardas, Danza Española, Danza Napolitana y Mazurka.
En el transcurso de las 14 funciones de El Lago de los Cisnes, fueron superándose desajustes y desprolijidades. Los conjuntos y solistas, alcanzaron tal grado de corrección, como no se había visto antes en la Compañía. La complejidad del espectáculo que nos ocupa, fue un desafío. De él salió fortalecido nuestro Ballet Nacional. Es posible, que las grandes obras del repertorio clásico, no sean, por el momento, el perfil que nos identifique. Pero el hecho de abordarlas, y darlas a conocer al público, con la jerarquía alcanzada en esta producción, lo justifica. Por supuesto… ese resultado, tiene nombre y apellido: Julio Bocca.
Muchas gracias, Mto. Barbón, por su crítica tan esclarecedora y didáctica.