El estelar bailarín cubano del Royal Ballet de Londres, Carlos Acosta, regresó a La Habana en noviembre para participar en el Festival Internacional de Ballet que preside Alicia Alonso, y posteriormente se dio a la tarea de consumar una antigua aspiración nunca concretizada: bailar para los públicos de otras ciudades de su país. Para lograrlo, consiguió estructurar en breve tiempo –con ayuda de técnicos, músicos, diseñadores y colegas–, un espectáculo minimalista pero realmente de una calidad artística impresionante: “Carlos Acosta y sus invitados”.
Esta gira de diez días le permitió ofrecer cinco funciones únicas en los mejores escenarios de las provincias de Santiago de Cuba, Camaguey, Cienfuegos y Pinar del Río, para culminar en una función de gala en la Sala García Lorca del Gran Teatro de La Habana la última noche de noviembre.
Esta figura internacional de la danza, con su modestia y gentileza acostumbrada, convocó entonces a lo más granado de la intelectualidad cubana y foránea, que incluyó al premio nacional de literatura Miguel Barnet y al colombiano premio Nobel de literatura Gabriel García Márquez, junto al ministro cubano de cultura Abel Prieto.
Notoria fue la ausencia de la eximia bailarina Alicia Alonso, pero en cambio estaban Fernando Alonso y Ramona de Sáa, su principal mentora y salvadora, como directora de la Escuela Nacional de Ballet de La Habana.
Fue un programa altamente exigente, para todos los actuantes participantes, desde puntos de vista artísticos, físicos y técnicos, con características estéticas muy contemporáneas, lejos de las habituales interpretaciones de los grandes clásicos del repertorio. Las cortinas se abrieron y cerraron con la notable cellista cubana Amparo de Riego en medio de un escenario desnudo de decorados, cámara negra y diseño de luces inteligentes ejecutando con delicadeza lírica las piezas “Intimidad” y “Balada del amor adolescente”, ambas del pianista y compositor José María Vitier (nominado al Oscar por la banda sonora del afamado filme cubano “Fresa y chocolate”). Luego, sorprendió con una exquisita interpretación de la Suite No. 6 de J.S. Bach.
Carlos Acosta inscribió y bailó, en primer lugar, “Suite of Dances” de Jerome Robbins (originalmente creado para Baryshnikov), quien utiliza varias partituras de J. S. Bach (con la errática instalación de un micro al piso), y el dúo “End of Time” del británico Ben Stevenson (sobre el tercer movimiento de la Sonata para violonchelo y piano de Rachmaninov, ejecutada a por del Riego y la pianista Lysandra Rodríguez (con un instrumento en lamentable estado mecánico), junto a la virtuosa primera bailarina de Ballet Nacional de Cuba (BNC) Viengsay Valdés (ambos impactantes en su proyección dramática e impecables en las complicadas cargadas). Ambas obras fueron estrenos absolutos en Cuba.
Ensordecedores ovaciones arrancaron de una asombrada audiencia, que colmaba todas las capacidades del hermoso coliseo habanero, los electrizantes dos solos respectivos, del belga Ben van Cauwenbergh. Primero el de Valdés, “Je ne regrette rien” (sobre la versión de la Piaf de la popular canción de Dumont–Vaucaire), luego Acosta, con su desenfadada e hilarante interpretación de “Les bourgeois”, al ritmo de la voz del malogrado Jacques Brel.
Nuevamente vimos a Acosta en la poderosa composición de Russell Maliphant “Two” (que vimos antes en el Festival de Ballet), ahora con mejor diseño de luces, con la música electroacústica de Andy Cowton. El bailarín se entregó con fuerza y calidad de movimiento en las texturas corporales, al tiempo que reafirmaba sus condiciones histriónicas, ya valoradas con el Premio Lawrence Olivier por su “musical” Tocororo, en 2007, y por su Espartaco con el Ballet Bolshoi de Moscú.
Las intenciones estéticas multiculturales de Acosta se evidenciaron, esta vez, con la intervención de la talentosa bailarina Laura Ríos (miembro de la más joven generación de Danza Contemporánea de Cuba), en una todavía inmadura interpretación de “Cara o cruz”, una lúdica coreografía con ácido humor sobre un tópico de la realidad cubana del coreógrafo Jorge Abril, con el eficaz apoyo musical grabado de la Camerata femenina de Zenaida Romeu, en el “Guaguancó” de Guido López–Gavilán.
Sobre su libro autobiográfico “No Way Home”, observó enfático Carlos Acosta ante los medios locales, que le “duele el hecho de que todavía no haya sido publicado en mi país”–visiblemente orgulloso de sus raíces–. “Sin mirar atrás” es el título que tendrá la edición cubana de su obra, de próxima aparición en la isla.
La belleza y cubanía estilística de las obras puestas en escena para el propio Acosta, y sus invitados, así como la apasionada respuesta del público que sabe apreciar el buen quehacer artístico, sacó a la superficie la cuestión del repertorio clásico y el futuro del Ballet Nacional de Cuba.
“No existe la menor duda, nuestro ballet es el mejor. Es el fruto del trabajo hecho en el siglo XX por Fernando y Alicia Alonso. Debemos sentirnos orgullosos y cuidarlo como un tesoro nacional”, afirmó el estelar bailarín, “en mi caso, busco obras que, sin olvidar o abandonar, mis sólidos cimientos, pueda proyectarse hacia el siglo XXI”.
Para agregar, “sueño con tener mi propia compañía y formar bailarines capaces de interpretar los clásicos y lo contemporáneo, empero no sé si podré lograr esto algún día”.
Igualmente, expresó su aspiración de mostrar al público cubano un repertorio que incluya mucho de lo último que se está componiendo en el mundo de la danza hoy. “Creo que no deberíamos quedarnos retrasados en esto”, apuntó.
Acosta, antes de concluir la gira, prometió que retornaría pronto (viajó a Londres para cumplir con su cargada agenda en la recién iniciada temporada 2010–2011 del Royal Ballet). “Voy a disfrutar cada minuto, quiero compartir mi arte con mis compatriotas, para que me vean en plenitud de facultades”, confesó el notable bailarín, quien con sólo 37 años se prepara para una transición profesional en un futuro cercano.
“El ballet es mi vehículo (de expresión) actualmente, pero estoy tratando de cultivar otras esferas de la danza. La contemporánea es el futuro, es una forma de seguir creciendo, de cultivar el movimiento cuando aparecen las limitaciones físicas en el clásico”, concluyó.