“No debemos recordarla con lágrimas, porque ella no nos abandona. Se llora a los que mueren y ella, mientras existan el Ballet Nacional de Cuba y la escuela cubana de ballet, seguirá viviendo en cada uno de los bailarines que continúen esa gloriosa tradición”, expresó Alicia Alonso, según el programa de mano de la representación de “Giselle”, la noche del 23 de julio, en presencia de su única hija, Lourdes, y su familia (residentes en España).
El ilustre crítico inglés Arnold Haskell, quien acuñó el calificativo de “las cuatro joyas” al referirse a las primeras bailarinas Mirta Plá, Loipa Araújo, Aurora Bosch y Josefina Méndez (otra lamentable desaparición física para el ballet nacional), en un ensayo crítico sobre la compañía cubana de ballet y su escuela en la década del 70 del pasado siglo, dijo entonces que “Mirta Plá posee una serenidad tremenda, y la mayor gracia natural. Un movimiento se diluye en el próximo en continua armonía. Ese es el ´bel canto´ de la danza”.
La “Giselle” de Alicia Alonso
Es una afirmación de Perogrullo el repetir lo consignado por el programa de mano en esta últimas representaciones del ballet original de Coralli y Perrot, pero vale la pena recuperar algunos fragmentos: “Dentro del repertorio del Ballet Nacional de Cuba, “Giselle” posee una significativa importancia, no sólo en lo que concierne a su propia historia, sino porque con esta obra y con Alicia Alonso, su excepcional intérprete, Cuba trasciende por primera vez en el ámbito internacional de la danza”.
La crítica internacional ha corroborado, junto con los del patio, que “el concepto de su puesta en escena elude ciertos indicios de mistificación en que se han regodeado los ballets románticos – como es el caso, en esta pieza desde su estreno parisino por Carlota Grisi en 1841-, hasta donde el argumento y el estilo lo han permitido”.
Sin duda, la versión coreográfica de Alicia Alonso, así como su personal encarnación de la protagonista, desde su azaroso debut en el antiguo Metropolitan neoyorkino en 1943, ha recibido la aceptación casi unánime del público y los observadores especializados, al logra entregarnos una “narración concisa”, con “homogeneidad estilística” y un raras veces admirado “equilibrio dramático y coreográfico”; si tomamos por referencia otras versiones, representadas por las más importantes compañías de ballet del orbe en el presente.
Mucha tinta ha corrido con respecto a los más logrados diseños escenográficos y a los figurines de los roles titulares, solistas y cuerpo de baile, incluso los personajes de carácter y la “nobleza” de la corte en el primer acto. Me refiero a las indistintas producciones que este archiconocido título ha recibido en Cuba y en el extranjero. Es difícil encontrar un error garrafal o un dislate de gran monta, en cuanto a factores estilísticos o históricos que pueda calificarse de anacronismo, al menos de manera involuntaria o intencional como provocación de cierto nuevo enfoque “posmoderno”. Todo cae en los reproches subjetivos del “gusto”, y no en el de la justeza más o menos ortodoxa.
En esta producción por el BNC, tanto los protagonistas como el cuerpo de baile han pasado por un proceso de “singularización” dramática, donde la técnica –que en los cubanos muestra un virtuosismo destacado–, no es un fin sino un medio a favor de la coherencia “entre la ejecución” y la interpretación de sus personajes.
Estas cuatro funciones ofrecidas en julio, sobre la escena habitual de la Sala García Lorca del Gran Teatro de La Habana, se presentó un igual número de elencos alternantes en los papeles principales. Técnicamente, la facilidad con la que ejecutan los pas de deux, las variaciones, en ambos actos, exhiben pocos momentos reprobables en cuanto a la limpieza o incorrecciones estilísticas, pero este cronista –y una audiencia aficionada al ballet–, coinciden en la ausencia de poesía o “magia” en las entregas, si bien el llamado “duende” lorquiano pocas veces hizo acto de presencia en esta oportunidad. No obstante, hubo una perla rara: la primera bailarina Bárbara García, -quien no se distingue por una hermosura clásica, según los clisés de la “école”-, fue creando en el transcurso de sus salidas una atmósfera romántica de una particular poética, con definido arco dramático que tiene su punto climático en su conmovedora escena de la locura, en el primer acto, y luego, con el notable soporte de su partenaire, el bisoño primer bailarín Ernesto Álvarez, entregó una refinada y espectral willi, en el segundo acto, casi produjo la magia esperada en las secuencias finales antes de desaparecer en su tumba.
Las Giselles encarnadas por las también primeras bailarinas del BNC:Viengsay Valdés, Sadaise Arencibia (en la noche dedicada a Mirta Plá) y Yolanda Correa, fueron más que correctas, y unas más que otras nos sorprendieron en la maduración de sus interpretaciones, especialmente Correa, quien desempeñaba el rol por segunda ocasión, después de casi un año de su debut!
Los duques Albrecht estuvieron muy desiguales interpretativamente hablando, en cuanto a su técnica, pues unos más virtuosos que otros en las variaciones y codas, alguno con excesos acrobáticos. Destacaremos el desarrollo positivo del debutante Alejandro Virelles, el único todavía sin el rango de sus colegas, pero su físico privilegiado y hermosos pies, siempre es un regalo visual, aunque el factor inteligencia debe primar en sus próximas apariciones…y será el “danseur noble”, del que carece actualmente el BNC. Por su parte, Elier Bourzac y Javier Torres, entregaron unos correctos Albrecht. En todos, como en algunos miembros de la corte de Courtland, no percibimos los rasgos de una verdadera distinción de la nobleza centroeuropea, de aquellos tiempos. ¿Cómo es posible asignar papeles de carácter a jóvenes novatos, sin experiencia profesional en este tipo de grandes clásicos del repertorio?
Personaje importante, la contraparte de Giselle en el segundo acto, es la Reina de las wilis, fue interpretada por dos primeras solistas, con desiguales niveles en la entrega, según el elevado listón referencial dejado por sus antecesoras, como Aurora Bosch, Mirta Plá o Rosario Suárez, y una debutante del cuerpo de baile, de apenas 20 años, Marizé Fumero, que reveló sus clásicas condiciones físicas, fuerza en los tobillos y buen salto (ballon potente), si su coach y los miembros del regisserato de la compañía mantienen una vigilancia sobre sus próximos desarrollos personales. No defraudó tampoco, en algo que escasea, aquí y allá: la musicalidad. Hubo otros casos que califican en el término anglosajón de “miscast”. Además, destacadas fueron las cuatro prestaciones como Hilarión, cada noche, por Ernesto Díaz, recientemente promovido al rango de primer solista.
Excelentes los bailables, tanto en la claridad de los diseños como en las ejecuciones, algunas de ellas espectaculares, por la parte femenina o en el especial la masculina…en ambas secciones se vislumbran buenos prospectos en un futuro próximo. Recordemos como, por doquier que las diagonales de las willis fueron ejecutadas, durante las bacanales del acto segundo, recibieron el espontáneo aplauso por tan exquisito regalo de plástica visual.
Mirta Pla no fallecio en el 2008, sino el 21 de septiembre de 2003. Hubiese cumplido 70 años de edad este 2010 como bien establece este articulo, y cumplio 7 años de fallecida el pasado mes de septiembre.