Hacer partícipe a las mayorías de los valores de la danza clásica ha sido un empeño que ha dado claros frutos continentales en Cuba, Argentina y Chile.
El fenómeno comienza a cumplirse también en la ciudad colombiana de Cali, donde ya resulta normal ver a 15.000 espectadores en una plaza de toros, reunidos alrededor de un arte escénico considerado de élites, aunque su origen sea esencialmente popular.
En realidad, tal situación es, en cada uno de los casos mencionados, el resultado de un largo y sostenido trabajo de sensibilización de públicos hacia las manifestaciones academizadas de la danza escénica, convertidas en riguroso y especializado código estético, susceptible, sin embargo, de estimular y convocar a amplias audiencias.
Igualmente, en todos los ejemplos citados, el específico vocabulario del ballet europeo ha logrado fusionarse con los impulsos y la gestualidad corporal de América latina y el Caribe, dando cabida a una expresión si se quiere inédita que se caracteriza, con aciertos y contradicciones, como ballet latinoamericano.
Poder apreciar en Cali durante ocho días continuos a algo de lo más significativo del repertorio romántico y clásico del siglo XIX, junto a obras del neoclásico mundial y latinoamericano, tanto en teatros como en espacios públicos alternativos, se convierte en una concreta realidad, sin contradecir el espíritu propio de la ciudad y sus habitantes, muy por el contrario, integrándose plenamente a él.
El reciente IV Festival Internacional de Ballet de Cali permitió encuentros múltiples a la impronta académica de Marius Petipa, aproximaciones en la mayoría de los casos apegadas a la tradición, aunque en otros, exhibiendo rasgos de experimentación.
De las postrimerías de la era romántica, el evento ofreció un documento histórico. “Le Papillon”, la discreta obra de Marie Taglioni, fue recreada y presentada por Gonzalo Galguera, coreógrafo cubano establecido en Alemania.
George Balanchine, Leonid Jacobson y Jiry Kylian, mostraron en el festival caleño rostros distintos del neoclásico a través del siglo XX, incluyendo las voces latinoamericanas de Vicente Nebreda, José Parés, Alberto Méndez y Jaime Pinto. Dentro de esta última dimensión, se insertan los estrenos de “Nuestros valses”, referencial obra del repertorio de Nebreda y “Espejismos” de Yanis Pikieris, estudio sobre el determinismo de la moda en la era global, ambos por parte de la Compañía Colombiana de Ballet – Incolballet.
Un acercamiento a la escuela bolera, el baile clásico español y el flamenco, resultó quizás uno de los mayores puntos de conexión con los públicos del festival. El poderío interpretativo de los jóvenes bailarines del Real Conservatorio Profesional Mariemma y la dramaturgia de sus obras “Directo y Alma de España”, contribuyeron a la diversificación y enriquecimiento de la oferta artística del evento.
Ver en el teatro al aire libre Los Cristales, ante miles de espectadores, el paso a dos de “La bella durmiente”, exaltación suprema de la tradición académica o “Indigo rose”, dueto de desenfada soltura de Kylian, resulta sorprendente. El público caleño ya siente como propio el ballet universal.