Brillante retorno del Boston Ballet, dirigido por Mikko Nissinen, al Auditorio del Kursaal de San Sebastián, tras su éxito en 2007 con “La Sylphide”. Para la ocasión, la cuarta compañía en antigüedad de Estados Unidos presentó dos espectáculos: “Ultimate Balanchine”, un programa dedicado a la figura del coreógrafo George Balanchine (1904-1983) y “Made in Boston”, compuesto por cinco creadores actuales.
Balanchine
Tres diferentes piezas componían “Ultimate Balanchine”. Comenzó la noche con “Ballo della Regina” (1978), una pieza poco exhibida en los circuitos europeos. Sobre la música original de la ópera “Don Carlos” de Verdi, el coreógrafo ruso construyó una obra tan límpida como la perla perfecta que busca el pescador. Buena muestra de virtuosismo técnico, de rigurosa ejecución, por la rapidez de sus pasos, y ciertos momentos de belleza estática.
Las antiguas creencias que clasificaban a los seres humanos en función de sus humores son la base de “The four temperaments” (1946), ballet en el que los bailarines se dividen entre quienes bailan de manera melancólica, sanguínea, flemática o colérica. Traspiés aparte, obra maestra, en la que, gracias a la interpretación, estaban bien perfilados los cuatro temperamentos. Cerró el espectáculo “Rubíes” (1967), extracto de “Joyas”, inspirado en el diseñador de joyas Claude Arpels. Se trata de un ballet de menor contenido neoclásico que sus precedentes y con ese aderezo adicional que da el jazz, creando una pieza vibrante e ingeniosa, muy vitoreada, al igual que el resto del espectáculo, que se saldó con varios minutos de ovación, bravos y calurosos aplausos.
Balanchine creó un estilo singular para la danza americana, en la que exigía una impecable técnica, una rapidez sin precedentes y una acusada musicalidad. Por eso, ver bailar a una compañía estadounidense una obra de este coreógrafo, gran arquitecto de la danza neoclásica, es todo un lujo. El Boston Ballet le da un toque especial, que hace que su interpretación sea simplemente sublime. “Ultimate Balanchine” es un bello programa, tan lleno de hermosura, como de quilates de danza, donde la joya que más brilló fue el propio Boston Ballet, con su exquisita interpretación.
Tres coreógrafos
La siguiente cita fue con el programa “Made in Boston”, compuesto por cinco coreografías de cuatro coreógrafos contemporáneos. La intención de esta propuesta era demostrar la versatilidad de la compañía norteamericana, ya conocidos sus registros clásicos (“La Sylphide”, en 2007) y neoclásicos (“Ultimate Balanchine”, gira actual). La formación liderada por Mikko Nissinen se amolda adecuadamente a los diferentes estilos.
La segunda propuesta mostró diferentes registros, en trabajos de diverso contenido en cuanto a su escritura coreográfica. El concepto de danza contemporánea en los Estados Unidos difiere en relación a la mentalidad europea. Códigos asimilados hace tiempo en el viejo continente, aún pueden parecer novedosos en América. Por eso, no es de extrañar que “Rhyme” (2008) del antiguo bailarín Víctor Plotnikov parezca un clon muy bienintencionado del estilo de Jirí Kylián, genio de la coreografía del último cuarto del siglo XX: pas de deux de complejidad y exquisita factura, acusada musicalidad, cuidadísima iluminación. Aún muy academicista respecto al lenguaje neoclásico resultó “Ein von viel” (2001) de la también ex bailarina Sabrina Matthews. Un cuento oriental era la base de “Tsukiyo” (2009), un paso a dos con sugerente escenografía que narra la historia de la fascinación del amor y de la intimidad del roce.
Capítulo aparte merecen las dos obras presentadas por Jorma Elo, coreógrafo residente del Boston Ballet. Él fue el encargado de abrir la velada con “Plan to B” (2004), una creación de alto voltaje, muy brillante, y de cerrarla con “Brake the eyes” (2007), un juego de deconstrucción en seis movimientos, sobre cinco obras de Mozart y una de “soundscape” electrónico. Interesantísima pieza que delata a un coreógrafo ávido de experimentar y con voz e ideas propias, aunando elementos de su época de bailarín como la teatralidad de Mats Ek (Cullberg Ballet) y, desde luego, muchísimos guiños a Kylián (Nederlands Dans Theater).
El Boston Ballet ratificó la magnífica imagen ofrecida hace tres años, con dos espectáculos de cuño diferente, en los que el espectador disfrutó de la solidez de una de las compañías más compactas de los Estados Unidos.